Hace tiempo que tengo pendiente la compra y lectura
de El viajero del siglo de este
escritor, pero siempre que lo he visto me ha echado un poco para atrás pensar en
su posible complejidad. Así que aprovecho para conocer al autor con este su
último libro que me han regalado, y luego ya veré lo que hago con el otro que,
por cierto, acaban de reeditar.
Esta Fractura
es una magnífica novela en su conjunto aunque, al tratarse de un texto de casi
500 páginas, hay algunos momentos en que desfallece un poco como dice Carlos Zanón en su reseña para elpais.com:
“La novela, con todo, a pesar de su ambición y los
logros mencionados, es una maquinaria que, cuando la cuerda se destensa, se
para cada cierto tiempo. Sucede cuando lo narrado no tiene intencionalidad
literaria sino sólo informativa, aportando datos y reflexiones sensatas,
ciertas pero irrelevantes si son servidas sin espátula de autor.”
Más adelante pondré algunos ejemplos de estas
digresiones.
El libro cuenta la historia de Yoshie Watanabe, un
japonés que siendo niño estaba en Hiroshima cuando estalló la bomba y allí
perdió a su padre; luego tenía que ir a Nagasaki que era donde realmente vivía,
pero perdió el tren y no sufrió por tanto la explosión de la otra bomba que
acabó con el resto de su familia. Al final se crio con unos tíos. Estudió
Economía y vivió en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid, para finalmente
regresar a Japón donde estaba cuando sucedió el tsunami que provocó los problemas
en la central nuclear de Fukushima.
La forma de narrar esta historia tiene su interés
pues, por un lado, hay una narración en tercera persona para todo lo referente
al tema nuclear tanto la bomba como el accidente de la central y, por otra
parte, cuatro mujeres que convivieron con el protagonista en cada uno de los
cuatro países en los que vivió, cuentan aspectos de esa relación y nos van
mostrando cómo era el personaje. Son precisamente estas mujeres las que van a
introducir esos elementos más informativos que, en algunos momentos, rompen
algo el ritmo de la historia. Informaciones muy variadas, así: Vichy y las
detenciones de judíos en la Francia ocupada, la guerra de Vietnam o los
derechos civiles en Estados Unidos (al ser su mujer periodista es quizá donde
más información se da), Chernóbil o las desapariciones en Argentina.
No obstante, los cuatro capítulos narrados por sus
mujeres son muy útiles para la comprensión del personaje, si bien donde la
novela alcanza sus mejores momentos es cuando vemos a Watanabe recordando su
pasado y, sobre todo, en las páginas que recogen su viaje a Fukushima que me ha
recordado en varios momentos el libro sobre Chernóbil de Svetlana Alexievich.
Me ha parecido muy duro leer cosas como que:
“Los supervivientes con secuelas visibles eran
discriminados también por sus compatriotas. A menudo los consideraban
apestados, condenados a una descendencia radiactiva o, simplemente, demasiado
horribles. Las marcas en la cara suponían un obstáculo a la hora de encontrar
amigos, pareja, trabajo. Inspiraban menos compasión que vergüenza. Ese, piensa,
fue el otro bombardeo. Día tras día. Un hibakusha
no era por entonces un héroe nacional, sino un paria.
(…)
Las autoridades tardaron doce años en ofrecerles asistencia
médica específica, junto con otras ayudas de carácter estatal. Por supuesto,
para buena parte de ellos era tarde.“ (p. 266-267)
No tenía esta idea y me parece muy significativo de
cómo pueden llegar a ser de maltratados por el poder los que ya lo han sido por
las circunstancias. Me ha recordado que en uno de los últimos libros he leído
que los rusos que trabajaron como esclavos en fábricas de la Alemania nazi, al
ser liberados eran llevados a campos de concentración por colaboracionistas al
no haberse opuesto.
Reproduzco a continuación dos fragmentos que me
parecen muy interesantes de alguna de las digresiones que mencionaba antes; por
supuesto, hay muchos más y eso es quizá lo que rompe un tanto el hilo como
hemos visto que apunta Zanón en su comentario.
“Después se fabrican también los relatos sedantes.
El Holocausto fue inhumano. La bomba fue un error (eso me contó Yoshie que dice
un monumento en Hiroshima, un error
que no debe repetirse). O los desaparecidos fueron una pesadilla, algo
demoníaco, etcétera. Como si en esas masacres no hubiera existido una lógica y
hasta una burocracia. Con miles de trabajadores conscientes de sus actos y al
servicio de unos planes. Por eso sospecho que los genocidios son catástrofes
más o menos anunciadas que más tarde se recuerdan como anomalías. Todo sea para
que los chicos duerman. Por que los padres duerman, mejor dicho.” (p. 318)
“Aunque sintiera la misma vocación de mis inicios,
no tengo idea de qué haría en esta jungla de medios concentrados, grandes
corporaciones y fondos de inversión. Cómo me ganaría la vida con la
precariedad, los contratos basura, los despidos baratos. Ahora el asunto no es
quién te lee, sino quién te financia. Ese es tu público, La gente ya no quiere
pagar por la mejor información. Pueden gastar fortunas en esos aparatos donde
leen. Pero por lo que están leyendo, ni un centavo. El presupuesto de un
periódico no sale de su audiencia. Algún día inventarán los medios de
comunicación sin público.” (p. 198)
Desde luego es una novela que merece mucho la pena
leer porque, además, está magníficamente escrita y demuestra la gran capacidad
creativa y narrativa de Neuman.
Hay otras dos buenas reseña: la de Nadal Suau en
elcultural.com y la del blog laslecturasdeguillermo.wordpress.com.
Andrés Neuman, Fractura
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