Me parece una gran suerte empezar el año 2109 en el
blog comentando la magnífica novela de este gran escritor danés, que obtuvo el
Nobel en 1917, y haber podido leerlo
gracias a la traducción hecha por una vieja amiga.
Compara la editorial en la contraportada la obra de
Pontoppidan con las de Thomas Mann y Dostoyevsky; yo no me atrevo a tanto, pero
sí a decir que estamos ante una gran novela, una de esas obras cuya lectura cuesta abandonar y en la que se plantean multitud de problemas de toda
índole desde lo más personal e individual hasta algunos problemas colectivos.
Habla la traductora en su extensa, documentada y muy
interesante introducción, de que se trata “de un viaje de iniciación” y que
tiene “la estructura típica de la novela de aprendizaje o de formación de
carácter”, y así es, porque además, el objetivo último, tal y como queda
demostrado en el capítulo con el que se cierra el libro, es llegar a una cierta
identidad personal. En esa búsqueda Per, el protagonista, pasará por multitud
de situaciones profesionales, de relaciones amorosas, de dudas y afirmaciones
en el tema religioso, y de lugares tanto dentro como fuera de Dinamarca. Esto es
lo que nos cuenta el autor a lo largo de 698 páginas en formato grande y
tipografía bastante comprimida, lo que da idea de la minuciosidad y el detalle
con que lo hace.
La obra fue publicándose por entregas en ocho
volúmenes entre 1898 y 1904. Luego el propio autor preparó la edición en un
solo volumen que es la que se ha traducido. Es una novela muy en la línea de la
literatura realista, y en algunas cosas naturalista, que se llevaba por
entonces con virtudes y quizá con el único defecto en este caso de alargar
demasiado algunas situaciones.
En esa búsqueda de la identidad van apareciendo
diferentes temas que debían de ser los relevantes en la sociedad danesa de la
época. Así, las diferencias campo-ciudad y la necesaria modernización del país
(aquí está latente el trauma que supuso la derrota en la guerra con Prusia de
1864), el conflicto religioso entre un protestantismo más racional y otro más
centrado en los sentimientos (sobre este aspecto es muy interesante lo que
explica la traductora en su introducción), los defectos de carácter del pueblo
danés y, no tanto como debate sino como caracterización, la relevancia de los judíos en la alta
sociedad danesa.
Un conjunto de temas que atraviesan casi toda la
novela y con los que el protagonista entra en contacto por su profesión o por
sus relaciones de amistad o amor.
Dejo ejemplos para mostrar el tratamiento que da
Pontopiddan a algunos de los temas:
“¡Gente sin
pretensiones! ¡Gente infeliz!” (p. 159)
“Porque ahora sabía que había nacido para ser,
dentro de su campo, gallo mañanero y profeta de aquella sociedad amodorrada,
hecha de hijos de curas y sacristanes con sangre de horchata en las venas.” (p.
166)
“En los yermos páramos de Jutlandia, donde sólo unas
cuantas ovejas escuálidas hallaban ahora miserable sustento, veía ciudades
multitudinarias, campamentos laboriosos donde no habría campanas de iglesia que
tocaran a media noche llenando los corazones de miedo a fantasmas, sino chorros
de luz eléctrica ahuyentando las tinieblas con su séquito de espectros.”
(p. 207) (Especie de ensoñación de Per.)
“Nunca había sentido con tanta fuerza como ahora el
crimen contra la humanidad que ha supuesto el cristianismo. Jamás había
experimentado tal vergüenza al comprender lo mucho que nos falta por crecer
todavía para llegarle simplemente al hombro a un pueblo cuya grandeza humana
osó desacreditar al macilento castrado de Nazaret.” (p. 360) (De la
carta que escribe a Jakobe, su novia judía, en la que le habla del libro Historia de Roma
de Mommsen)
“Pero, por mucho que busco en sus dos mil años de
historia, no encuentro, tras la máscara de santidad, más que el mismo
ensañamiento solapado y tiránico, la misma sangre fría para la elección de
cualquier medio con tal de que sirva para cumplir con el fin último de
satisfacer la ambición de poder. Ningún movimiento espiritual se ha aprovechado
hasta tal punto de los aspectos más
negativos de la naturaleza humana. Por ello –y exclusivamente por ello. Es por
lo que la iglesia cristiana ha tenido la expansión que ha tenido.” (p. 541) (Carta de Jakobe a Per)
No he dicho nada de la multitud de personajes
interesantes que pueblan la novela: pastores protestantes de las diferentes
tendencias tanto en la ciudad como en el campo, gente humilde de Copenhague con
la que vive al principio, miembros de la sociedad judía, compañeros de sus
estudios de ingeniería, las diferentes mujeres con las que intentará conseguir
una relación estable, etc. Personajes muy bien construidos por lo general y que
sirven como buen contrapunto a ese protagonista con el que el que el lector es
fácil que mantenga una relación ambivalente, ya que si es admirable su búsqueda
y su capacidad de desprendimiento, también cuesta aceptar su ambición, su
vanidad y amor propio, sus dificultades para el afecto. Desde luego, en mi caso,
la identificación ha sido muy grande con algunas de sus reflexiones sobre la
religión.
En fin, es un libro del que se pueden decir muchas
cosas, pero que sobre todo hay que recomendar. Es una lectura muy
gratificante y de las que dejan huella.
Hay una extensa e interesante reseña de ValentínPérez en elminotaurodigital.net y una crónica de la agencia EFE en elconfidencial.com sobre la
presentación en Madrid que ofrece algún detalle de interés.
Henrik Pontoppidan, Per el afortunado. Traducción María Pilar Lorenzo.
Gracias, Carlos, por esta reseña tan inteligente de un libro que, como clásico y denso, pasará desapercibido para la mayoría de la gente. Su editor, José María de la Torre, demostró su perspicacia y vocación como tal al publicar más de un siglo después de su aparición, esta gran novela, que encabeza el ranking de la literatura danesa y que Georg Lukács llegó a comparar con el Quijote.
ResponderEliminarTu reseña resulta además muy oportuna, porque en Dinamarca se acaba de estrenar con gran éxito la última versión versión cinematográfica de la novela, que no es, sin embargo, más que un pálido reflejo de la obra de Pontoppidan, y no es impensable que pronto llegue a las pantallas españolas.
Henrik Pontoppidan será siempre además, como lo fue su compatriota Hans Christian Andersen, la mala conciencia de Dinamarca, la que desentraña los aspectos menos gratificantes de ese país. Lo cual no deja de ser un buen antídoto frente a su cacareada imagen de felicidad, tan explotada actualmente en el extranjero.
Y si te interesa el conflicto que Pontoppidan, como hijo de pastor protestante, tiene con la religión, quizás te gustaría también leer La tierra prometida, publicada un par de años más tarde en la misma editorial.
Un gran abrazo