El imperio colonial
africano portugués fue el último en desaparecer y lo hizo tras una larga guerra
en las colonias y un golpe de estado en la metrópoli encabezado, precisamente,
por militares que estaban destinado en África. Ese golpe lo vivimos en España
con gran esperanza porque terminaba con la dictadura más duradera de Europa
occidental y pensábamos que podía ser el comienzo para quitarnos de encima la
nuestra. Como ya se sabe, eso sucedió pero por la extinción natural de nuestro
dictador con las consecuencias que tuvo para el tipo de transición a la
democracia que se hizo en España, pero ese es otro tema.
La autora, nacida en 1963,
era una niña cuando Mozambique se independizó. En este libro, que fue escrito y
publicado en 2009 en Portugal, nos cuenta sus recuerdos de la vida en la
colonia y sus primeras impresiones cuando sus padres la enviaron a Portugal
dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos en Lourenço Marques, la
actual Maputo.
Creo que es el texto más claro y combativo que he leído nunca contra el colonialismo escrito, además, por una blanca con la vida bastante bien resuelta pues su padre era el encargado de la electrificación. Precisamente a la relación con su padre le dedica bastante espacio porque, aun queriéndolo mucho, veía en él al mujeriego, pero sobre todo al racista que era. Así, en referencia a esta relación dice lo siguiente:
“Recibí todos los discursos de odio de mi padre. Los escuché a dos centímetros de mi rostro. Sentí el salivazo del odio, que sale más caro que la saliva del amor, y enfrenté, mirándole a los ojos, su rabia, su frustración, su ideología, tan torpe. Escuchando, sin decir nada, sin asentir nunca, jamás me permití mover un músculo, y yo, entera, fui una contundente negación”. (p. 166)
Si bien es cierto que también apunta que era capaz de tener una buena relación con su vecino negro al que ayudaba con frecuencia.
Sobre el racismo imperante en la colonia valga el siguiente fragmento:
“El negro estaba por debajo de todo. No tenía derechos. Tenía los de la caridad, y si la merecía. Si era humilde. Si sonreía, si hablaba bajo, con la columna vertebral ligeramente inclinada hacia el frente y las manos cerradas la una dentro de la otra, como si rezase”. (p. 35)
Y sobre el carácter del colonialismo, en este caso de los portugueses, creo que el texto que reproduzco a continuación es un buen alegato:
“Las personas no cambian.
Cuando las reencontramos, muchos años después, entendemos por qué nos
apartamos de ellas.
“Los negros, los cabrones,
los hijos de puta. Llegué de allí hace un año. Nunca dejé que me faltasen al
respeto. Me llamaban mamá, me llamaban tía, y yo les decía, no soy tu madre,
que yo no soy puta. Ni tía, querido cabrón. Y no me asaltas porque soy blanca y
extrajera; y pongo a la policía detrás de ti, querido africano de mierda”.
Escuché esto toda mi vida.
Vengan a hablarme del colonialismo suavecito de los portugueses… Vengan a contarme
la historia de los burros que vuelan”. (p. 192)
(Se refiere a una amiga de su madre)
Como se ve, más que
comentar el libro he preferido dejar que este hablase por sí mismo. Es una
magnífico texto, muy bien escrito, con gran sensibilidad y hasta lírico en
ocasiones, pero también duro en otras como, por ejemplo, cuando narra las
vejaciones a las que al tomar el poder los africanos sometieron a algunos
colonos. Otro tema es si estaban explicadas y/o justificadas por toda la historia anterior
Un libro de lectura muy
recomendable porque al interés y la novedad del tema se añade una buena
escritura.
Acompaña esta edición un
conjunto de fotos que en su mayor parte, en mi opinión, no aportan nada
especial al texto porque son fotos de la autora en esos años, pero que desde
luego tampoco estorban.
Hay una buena reseña de
Andrés Seoane que incluye también opiniones de Figueiredo en elcultural.com.
Portugal tardó muchos años
en recuperarse de esa pérdida y en asimilar a toda la población tanto de
colonos como de africanos que llegaron al país.
Es curioso que en el caso
de España en la que, aunque tuvo poca presencia africana, sí dominó durante
mucho tiempo Guinea Ecuatorial, no ha habido al menos que yo conozca ningún
relato similar al de este libro.
Isabela Figueiredo, Cuaderno de memorias coloniales.
Traducción Antonio Jiménez Morato.
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