viernes, 20 de septiembre de 2013

Apoyando a mis excompañeros

Los profesores, la gente que se dedica a la enseñanza, suelen ser, por lo general, gente tranquila, educada, sensible, preocupada por cómo funciona el mundo, profesionales entregados a su trabajo que es, además,  el único en el que “el objeto transforma al sujeto” (como decía una profesora que tuve de pedagogía), esto es, son unos profesionales que están en constante transformación y formación, tanto intelectual como, si me apuran, afectiva. Tienen que relacionarse a diario con jóvenes de todo tipo, condición, educación, carácter, intereses, motivaciones, etc. y, cada cierto tiempo, con sus padres que también son muy diferentes unos de otros. Además, no sólo deben relacionarse sino que deben intentar que esa relación sea fructífera para la otra parte (en el caso del profesional el fruto está en el sueldo y en la satisfacción de la tarea cumplida).
A estos profesionales en los años en que yo he tenido ocasión de compartir sus esfuerzos y desvelos (pues yo también lo era), otros profesionales no siempre tan atentos y conocedores de la realidad educativa como los propios profesores les han ido cambiando las leyes la mayoría de las veces sin ningún tipo de diálogo y, mucho menos, negociación: las horas dedicadas a cada asignatura, sus contenidos, las formas de evaluar los conocimientos y de comunicarlos a los padres, etc., etc, etc. Más: donde se hablaba de objetivos generales y específicos, se pasó luego a hablar de objetivos conceptuales, procedimentales y de valores y normas, para terminar hablando de competencias básicas; de pronto dejó de haber exámenes en septiembre porque había que hacer evaluación continua, luego volvieron estos exámenes. Más: de repente apareció la solución a muchos de los males del sistema: la calidad,  pero entendida en un sentido burocrático, había que hacer bien los papeles, había que controlar y anotar todo (cuaderno de clase del profesor, porcentaje de asignatura impartida en cada período,  solicitud de informes constantes bien formalizados, valga la redundancia).
Y los profesionales hicieron programaciones por los distintos tipos de objetivos y de competencias, e informes para  la jefatura de estudios, para los padres, para la inspección educativa, para los tutores de sus grupos, para su jefe de departamento, para… (en algún lugar dirían para María Santísima). Hicieron y hacen, con más o menos convicción, pero sin protestas, sin huelgas, sin manifestaciones por lo irrelevante e inútil de muchas de las cosas burocráticas que tienen que hacer.
Como todos los funcionarios han tenido cuatro o cinco congelaciones salariales e incluso un par de reducciones. Nada, “ajo, agua  y resina…”
Resumiendo. Apenas se ha contado con ellos para aprobar e implantar un conjunto de medidas que, supuestamente, mejorarían la calidad de la enseñanza y permitirían abandonar esos últimos lugares que el país obtiene en los informes Pisa.
En los dos últimos años, otra vuelta de tuerca. Aumento de las horas lectivas (no especialmente traumático) y, sobre todo, del número de alumnos en clase que no hace falta ser profesor para comprender que no mejorará, sino todo lo contrario, el rendimiento de los alumnos. Y, en el caso de Baleares, el TIL, esto es, el segundo intento de ir disminuyendo y, si pudieran algunos, desterrando el catalán del sistema educativo. Esta medida la toma un gobierno del mismo partido que puso en marcha la Ley de Normalización Lingüística en vigor. Un TIL que es lo único que dicen que no están dispuestos a negociar seguramente porque se trata, como dice el periodista Matías Vallés, del Tratamiento Ideológico de lenguas.
En este contexto ha estallado un conflicto de difícil resolución precisamente por el carácter ideológico de la propuesta. Los profesores que han padecido esta y anteriores administraciones educativas con paciencia y, en mi opinión, excesivo estoicismo los han perdido entre otras cosas por el inadmisible argumento, por tan descaradamente falaz, de que con el TIL disminuirá el fracaso escolar.
Sirvan estas apresuradas líneas, antes de salir hacia Madrid,  para manifestar mi apoyo incondicional a mis excompañeros y para desearles suerte en una batalla tan difícil de ganar.
El 29 nos vemos.

 

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