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martes, 5 de noviembre de 2019

Desigual colección de relatos


Como suele ser habitual en nuestro país cuando un escritor o escritora tiene un éxito, que se suele producir generalmente al traducir su última novela, se aprovecha ese tirón para ir publicando su obra anterior. En el caso de Gornick, en muy poco tiempo se han publicado tres libros. Si el primero me pareció magnífico, el segundo ya lo encontré un tanto inferior y este tercero va en la misma línea del segundo.
Se han recogido en este libro siete relatos muy diferentes entre sí, tanto en su extensión, algo no demasiado importante, como sobre todo en su  concepción pues los hay estrictamente narrativos, mientras que en otros se dedica a la reflexión. A mí, desde luego, me han gustado mucho más los primeros porque creo que Gornick tiene su mayor fuerza en la narración y en la descripción de personajes y situaciones. Así, sus historias de camarera a los 18 y a los 21 años en los Catskills, tal y como las cuenta en el segundo relato, me parecen muy buenas; también sus recorridos por la calle que narra en el relato con el que se cierra el libro. En otros hay reflexiones sobre el feminismo, la soledad (por cierto en el que comparto muchas de las cosas que plantea) y la universidad, sobre todo en relación con el tipo de profesores que la pueblan. Algo diferente de todo lo anterior es el relato en el que, bajo el título de Homenaje, escribe sobre la autora Rhoda Munk a raíz de su muerte en accidente de coche; un escrito en el que es muy reconocible el estilo de Gornick.
En definitiva, un libro que merece la pena leer porque estamos ante una escritora que cuenta cosas, y lo hace muy bien, o reflexiona sobre temas importantes, y puede ser interesante lo que dice. En todo caso, tal y como decía antes, me quedo con su faceta de narradora y por eso este libro me gusta menos que los anteriores.
Ni que decir tiene que el contenido es en su inmensa mayoría, si no en todo, autobiográfico como sucede en sus libros anteriores.

Vivian Gornick, Mirarse de frente. Traducción Julia Osuna Aguilar.

martes, 26 de marzo de 2019

Pequeña decepción




Hace poco más de un mes hacía en el blog el comentario de Apegos feroces, el anterior libro de Gornick y del que según algunos críticos este es la continuación. Creo que esto ha supuesto un hándicap para el que hoy comento porque es bastante inferior en casi todo excepto en que mantiene la buena escritura de la autora.
Dice Begoña Méndez en su reseña en elcultural.com:
“No hay aquí afectos feroces ni escritura despiadada, sino la memoria elegantísima de una señora muy sabia que ama Nueva York y que ha aprendido a vivir en el apego desinteresado y en la compasión de sí y de los otros.”
Creo que es en esa falta de “escritura despiadada” donde reside la gran diferencia con su anterior novela. Nuevamente estamos ante unas memorias y unos recorridos por la ciudad de Nueva York, pero en este caso a la madre la sustituye Leonard, un peculiar amigo con el que dialoga siendo estas conversaciones los mejores momentos del libro. Otra carencia importante, y que supone la otra gran diferencia con el anterior texto, es la ausencia de personajes tan característicos como: su madre, su vecina, varios habitantes del barrio, los maridos y exmaridos, los amantes, etc.
En el fondo todo obedece a que ahora no son tanto unas memorias como un conjunto de escenas o relatos breves, -algunas verdaderos sketches que, por su duración y su sentido del humor, me atrevería a calificar de chistes-, escenas por las que pasan personajes muy variopintos como por ejemplo una trotskista nonagenaria que le cuenta cosas de su mal marido pero buen amante; junto a ello va introduciendo de vez en cuando algunas reflexiones sobre temas como la amistad o el amor; tampoco faltan algunos breves comentarios sobre alguna historia relacionada con algún escritor (así, por ejemplo, lo que escribe sobre Henry James y su posible influencia sobre el suicidio de una amiga); evidentemente no podía faltar la presencia de su madre, si bien lo hace en muy pocas ocasiones y en alguna, además, como recuerdo. Eso sí, cuando aparece es capaz de sacar lo mejor de Gornick como se puede apreciar en el siguiente fragmento:
“Intenté por todos los medios que mi madre fuera feminista, pero esta mañana compruebo que, para ella, nada es más importante en este mundo que la lucha de clases. No importa. Al final, para sentirse estimulado, una cosa es tan buena como la otra.” (p. 121)
Un libro que a pesar de lo que critico merece la pena leer porque es una visión siempre original, muy personal y magníficamente escrito. Además, para quien conozca los espacios por los que se mueve en la ciudad de Nueva York seguro que supone un aliciente más.
Hay una reseña de Marc Peig muy completa y con un enfoque más positivo del libro en unlibroaldia.blogspot.com.

Vivian Gornick, La mujer singular y la ciudad. Traducción Raquel Vicedo.

lunes, 11 de febrero de 2019

Gran descubrimiento




Después de ver el libro muchas veces en las librerías y de ojearlo sin decidirme comprarlo, la lectura del capítulo que dedica a la autora Elvira Lindo en su último libro fue lo que decidió. Y qué gran decisión. Creo que será uno de los mejores libros que lea este año.
Es un libro de memorias en el que la autora recrea principalmente la difícil relación con su madre a lo largo de muchos años (el libro se publicó en 1985 cuando Gornick tenía 50 años), pero también hay espacio para las relaciones con algunas amigas y, sobre todo en la segunda parte, con varios de los hombres con los que compartió su vida.
Gornick se pasea por la ciudad con su madre dialogando sobre diversos aspectos de su vida y cada cierto tiempo vuelve hacia atrás para contar detalles de esa y otras relaciones antes y de cómo era la vida en el barrio durante su adolescencia y juventud. No lo hace de forma correlativa, sino dando saltos a distintas edades, pero lo hace de manera que el lector puede situarse en qué momento se está produciendo lo narrado.
Un importante papel en su vida juega una vecina, Nettie, casada con un judío -hay que decir que tanto la protagonista como la mayoría de los personajes del libro son judíos-,  que muere pronto y establece una gran relación con la madre de la autora convirtiéndose en un posible ejemplo para la joven Gornick que compita con el que le ofrece su madre.
Reproduzco algunos fragmentos de la relación con ambas personas:

“Pero no lo pilla. No sabe que estoy siendo irónica. Ni tampoco sabe que me ha dejado hecha polvo. No sabe que me tomo su angustia de manera personal, que me siento aniquilada por su depresión. ¿Cómo puede saberlo? Ni siquiera sabe que estoy delante de ella. Si le contase que para mí es como la muerte que ni siquiera sepa que estoy ahí, me miraría desde esos ojos en los que se agolpa una aflicción desconcertada, esta niña de setenta y siete años, y gritaría airada:
-        ¡No lo entiendes!¡No lo entenderás nunca!” (p 102)
“Nettie nos escuchaba con estupefacción y con evidente regocijo, convencida de que cada discusión seria que teníamos me iba acercando poco a poco hacia ella. Aquel año se hizo evidente que había empezado a competir con mamá por mi lealtad. Deseaba ejercer la influencia principal sobre mí.” (p 109)

“Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer.” (p. 111)

Todo esto está contado de una forma realmente extraordinaria. Es de esos libros que cuando se han leído tres o cuatro páginas ya has quedado atrapado en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. Es un texto de una gran sinceridad, intenso, emotivo a veces, otras tierno, pero siempre sin concesiones tanto cuando habla de la relación con su madre – con la que llega casi  a las manos en algún momento-, como cuando se refiere a sus parejas sentimentales.
Sobre la primera reproduzco lo que se dice en la magnífica reseña del blog devoradoradelibros.com:

“El libro plantea una relación entre madre e hija que rompe todos los estereotipos; es una de las representaciones más crudas, desapegadas e implacables que se pueden leer sobre el tema. No porque se lleven mal, no porque tengan grandes discusiones, sino porque la autora reproduce todos esos matices peliagudos que conforman la relación a lo largo del tiempo. Los instantes de rabia e impotencia, la falta de entendimiento, la imposibilidad de ir a una, los altibajos.”

La mayoría de los personajes que aparecen, exceptuando sus parejas, son mujeres y es que creo que el libro refleja también la búsqueda de una identidad y de una personalidad en alguien que fue en los setenta una voz importante del movimiento feminista.
En un libro así no se puede destacar nada, pero tengo que reconocer que a mí el espacio que dedica al principio a describir el mundo del Bronx y su reparto entre irlandeses, italianos y judíos, la magnífica descripción de la relación con su primer marido o la ingeniosa que hace de su casa en California, me han parecido muy originales.
Un libro absolutamente recomendable de alguien que, además, se declara admiradora y seguidora de Natalia Ginzburg, una de mis escritoras favoritas y del que su madre ha dicho, como le cuenta Gornick a Andrea Aguilar en su entrevista en elpais.com:

“P. ¿Cómo reaccionó al libro?
R. Fui muy sincera desde el principio. Se quedó muy sorprendida, no lo comprendía. Periódicamente se enfadaba y me decía: "¿Ahora vas a escribir esto para que todo el mundo sepa que me odias?". Me dejaba paralizada, no podía escribir durante días, pero pasaba el tiempo y volvíamos a lo de siempre, y yo recuperaba el sentido de lo que estaba haciendo. Me ayudó saber que no escribía para despedazarla, acusarla o convertirme en una víctima. Narraba verdades duras, pero sabía que le iba a dar todo lo que ella tenía, su sabiduría, calidez, y también lo que estaba mal. Cuando el libro se publicó se enganchó a la fama e iba por Nueva York firmándolo.”


Vivian Gornick, Apegos feroces. Traducción Daniel Ramos Sánchez.