Después de ver el libro muchas veces en las
librerías y de ojearlo sin decidirme comprarlo, la lectura del capítulo que
dedica a la autora Elvira Lindo en su último libro fue lo que decidió. Y qué
gran decisión. Creo que será uno de los mejores libros que lea este año.
Es un libro de memorias en el que la autora recrea
principalmente la difícil relación con su madre a lo largo de muchos años (el
libro se publicó en 1985 cuando Gornick tenía 50 años), pero también hay
espacio para las relaciones con algunas amigas y, sobre todo en la segunda
parte, con varios de los hombres con los que compartió su vida.
Gornick se pasea por la ciudad con su madre
dialogando sobre diversos aspectos de su vida y cada cierto tiempo vuelve hacia
atrás para contar detalles de esa y otras relaciones antes y de cómo era la
vida en el barrio durante su adolescencia y juventud. No lo hace de forma
correlativa, sino dando saltos a distintas edades, pero lo hace de manera que
el lector puede situarse en qué momento se está produciendo lo narrado.
Un importante papel en su vida juega una vecina,
Nettie, casada con un judío -hay que decir que tanto la protagonista como la
mayoría de los personajes del libro son judíos-, que muere pronto y establece una gran relación
con la madre de la autora convirtiéndose en un posible ejemplo para la joven
Gornick que compita con el que le ofrece su madre.
Reproduzco algunos fragmentos de la relación con
ambas personas:
“Pero no lo pilla. No sabe que estoy siendo irónica.
Ni tampoco sabe que me ha dejado hecha polvo. No sabe que me tomo su angustia
de manera personal, que me siento aniquilada por su depresión. ¿Cómo puede
saberlo? Ni siquiera sabe que estoy delante de ella. Si le contase que para mí
es como la muerte que ni siquiera sepa que estoy ahí, me miraría desde esos
ojos en los que se agolpa una aflicción desconcertada, esta niña de setenta y
siete años, y gritaría airada:
-
¡No lo entiendes!¡No lo entenderás
nunca!” (p 102)
“Nettie nos escuchaba con estupefacción y con
evidente regocijo, convencida de que cada discusión seria que teníamos me iba
acercando poco a poco hacia ella. Aquel año se hizo evidente que había empezado
a competir con mamá por mi lealtad. Deseaba ejercer la influencia principal
sobre mí.” (p 109)
“Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie
quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer.” (p. 111)
Todo esto está contado de una forma realmente
extraordinaria. Es de esos libros que cuando se han leído tres o cuatro páginas
ya has quedado atrapado en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. Es un texto de
una gran sinceridad, intenso, emotivo a veces, otras tierno, pero siempre sin
concesiones tanto cuando habla de la relación con su madre – con la que llega
casi a las manos en algún momento-, como
cuando se refiere a sus parejas sentimentales.
“El libro
plantea una relación entre madre e hija que rompe todos los
estereotipos; es una de las representaciones más crudas, desapegadas e
implacables que se pueden leer sobre el tema. No porque se lleven mal, no
porque tengan grandes discusiones, sino porque la autora reproduce todos esos
matices peliagudos que conforman la relación a lo largo del tiempo. Los
instantes de rabia e impotencia, la falta de entendimiento, la imposibilidad de
ir a una, los altibajos.”
La mayoría
de los personajes que aparecen, exceptuando sus parejas, son mujeres y es que
creo que el libro refleja también la búsqueda de una identidad y de una
personalidad en alguien que fue en los setenta una voz importante del
movimiento feminista.
En un libro así no se puede destacar nada, pero
tengo que reconocer que a mí el espacio que dedica al principio a describir el
mundo del Bronx y su reparto entre irlandeses, italianos y judíos, la magnífica
descripción de la relación con su primer marido o la ingeniosa que hace de su
casa en California, me han parecido muy originales.
Un libro absolutamente recomendable de alguien que,
además, se declara admiradora y seguidora de Natalia Ginzburg, una de mis
escritoras favoritas y del que su madre ha dicho, como le cuenta Gornick a Andrea Aguilar en su entrevista en elpais.com:
“P. ¿Cómo reaccionó al libro?
R. Fui muy sincera desde el principio.
Se quedó muy sorprendida, no lo comprendía. Periódicamente se enfadaba y me
decía: "¿Ahora vas a escribir esto para que todo el mundo sepa que me
odias?". Me dejaba paralizada, no podía escribir durante días, pero pasaba
el tiempo y volvíamos a lo de siempre, y yo recuperaba el sentido de lo que
estaba haciendo. Me ayudó saber que no escribía para despedazarla, acusarla o
convertirme en una víctima. Narraba verdades duras, pero sabía que le iba a dar
todo lo que ella tenía, su sabiduría, calidez, y también lo que estaba mal.
Cuando el libro se publicó se enganchó a la fama e iba por Nueva York
firmándolo.”
Vivian Gornick, Apegos
feroces. Traducción Daniel Ramos Sánchez.