martes, 31 de octubre de 2017

El capitalismo rentista




El autor ha sido calificado como “el gurú de la renta básica” por ser uno de los creadores y de los máximos defensores de esa idea. En todo caso se trata de un investigador muy crítico con el sistema capitalista. En este caso lo concreta principalmente en lo que él llama “el capitalismo rentista”, esto es, en un sistema en el que no funciona el mercado libre sino que los que tienen posibilidad de ello  se dedican a obtener diferentes tipos de rentas que, desde luego, no provienen de su trabajo.
El libro está dividido en ocho capítulos en los que estudia diferentes aspectos de ese capitalismo rentista. A mí particularmente me han parecido especialmente interesantes los que dedica al análisis de las subvenciones, a la creación de la deuda y a lo que  llama “el saqueo de los bienes comunes”.
Es un texto lleno de sugerentes análisis y ofrece una gran cantidad de cifras para justificar sus argumentos. De hecho, sobre todo en el capítulo dedicado a las subvenciones, creo que hubiera sido mejor no dar tantas porque a veces cuesta trabajo seguirlas y, además, son tan elevadas en algunos casos que incluso resulta difícil terminar de creerlas.
Algunos de sus análisis no son especialmente novedosos, ni él lo pretende, pero están muy bien traídos y resumidos como cuando dice por ejemplo:

“En la actualidad, se mantienen bajos los salarios por motivos de “competitividad” frente a los pagados en algún otro lugar del mundo, mientras que el anhelado consumo doméstico se aviva mediante el crédito fácil”. (p. 153)

Y a continuación, y en relación con ese crédito fácil,  da una de esas cifras que parecen difíciles de creer aunque desgraciadamente será real:

“En EE.UU., las tiendas de préstamos por anticipo de nómina superan en número de lejos a los restaurantes McDonald’s y son la principal fuente de crédito para 90 millones de norteamericanos carentes de cuenta bancaria.” (p. 154)

Desde otro punto de vista, el de los efectos de algunos de los procesos que explica, el siguiente fragmento me parece muy significativo de cosas que podemos ver casi a diario:

“Deberíamos hacer un último comentario acerca de las sociedades que se basan en la deuda, como hacen todas las economías rentistas. Los psicólogos han demostrado que la deuda afecta negativamente a la salud mental y la lucidez, y lleva a tener una mentalidad más pasiva y conservadora. La inseguridad asociada con la deuda hace que las personas sean menos resilientes y tengan menos iniciativa. Tener un gran número de personas profundamente endeudadas y expuestas a circunstancias que hacen más probable el endeudamiento erosiona también la libertad, que necesita no verse dominada por presiones externas.” (p. 167-168)

Como se ve, se trata de un texto tremendamente sugerente, con muchos elementos para debatir y analizar, pero que, al igual que me ha sucedido recientemente con otros libros que analizan la realidad actual, también me lleva a acrecentar el pesimismo sobre las posibilidades de poder cambiar, bien que sea mínimamente, la sociedad en la que vivo. De hecho, siguiendo la costumbre en este tipo de libros, Standing dedica un capítulo final a hacer algunas propuestas que, en mi opinión, no dejan de ser un conjunto  de parches sin ninguna articulación y, sobre todo, algo también demasiado habitual, sin decir quién y cómo se podrán llevar a cabo, porque como el propio autor reconoce:

“Si la mayoría de los medios están controlados por una elite, si están vinculados a un partido político y a un conjunto de intereses dominantes, si ese partido lo financia la plutocracia, y si los grupos de presión forman una infantería de los interese en cuestión, necesitamos preguntarnos cómo podrá conseguirse el cambio político.” (p 268)

En todo caso una lectura muy interesante.
Hay una entrevista de Lluís Pellicer Con Standing en el país.com.

Guy Standing, La corrupción del capitalismo, Traducción Antonio Iriarte.

lunes, 30 de octubre de 2017

Impresionantes memorias



“Las memorias de Evgenia Ginzburg son, de manera explícita, el relato de un viaje a los infiernos carcelarios del comunismo soviético, pero también, y de manera mucho más sigilosa, la confesión de alguien que ha aprendido algo sobre sí mismo y sobre su alma, que ha ido alcanzando grados sucesivos de conocimiento y desengaño en la misma medida en que conoce celdas, despachos de interrogadores, campos de trabajo que siempre son no el destino final de una castigo, sino un episodio en el tránsito hacia un tormento mayor, hacia otro campo situado más lejos, en los últimos extremos de Siberia y del invierno, en las fronteras mismas de la aniquilación y del retroceso a la más desnuda y envilecida animalidad.” (p. 9-10)

Estas palabras del Prólogo escrito por Antonio Muñoz Molina resumen muy bien el contenido de este impresionante testimonio.
He leído la mayoría de los libros de los supervivientes de las purgas estalinistas que han sido traducidos, pero en ninguno como en este he visto de forma tan clara todo el proceso y tantos lugares pues desde los inicios en las cárceles de Moscú hasta el final en diversos lugares de Kolimá, la autora pasó por multitud de lugares y trabajos en los que conoció a una ingente cantidad de personas, tanto represaliadas como ella como muchos que formaban parte de los represores, desde carceleros e interrogadores hasta directores de campos de concentración o trabajo.
El texto que comento realmente se compone de dos libros. En el primero, El vértigo, que se publicó en Italia en 1967 y el mismo año se tradujo en España, Ginzburg relata su detención, su estancia en diversas cárceles y, en una segunda parte, el viaje hasta Kolimá. En el segundo, El cielo de Siberia, escrito con posterioridad (en España se publicó en 1980), cuenta los padecimientos que pasó en el extremo oriente ruso, para en una segunda parte, seguir viviendo allí como “libre” una vez cumplida su condena hasta que liberasen a su segundo marido. En este segundo libro quienes hayan leído a Varlam Shalámov encontrarán lugares y situaciones muy conocidas, eso sí, contadas siempre en primera persona.
Evgenia Ginzburg es una extraordinaria narradora. Dice también Muñoz Molina en el Prólogo mencionado antes:

“Su escritura, seca y honda, lacónica como un informe y atravesada de intuiciones certeras sobre la condición humana, podría ser la de un novelista, si es que creemos todavía que la cima de la literatura narrativa es la novela.” (p. 18)

Y, efectivamente, se lee como una novela aunque lo que en el libro se cuente responda a hechos reales que en muchos momentos el lector puede dudar que hayan podido suceder por el esfuerzo de memoria que suponen, algo que  a la autora no le pasó desapercibido y así escribe casi al final del libro:

“Algunos lectores suelen preguntarme: ¿cómo ha podido conservar en la memoria tal masa de hechos y de versos, de nombres de personas y de lugares?
La repuesta es muy sencilla: he podido hacerlo porque, a lo largo de aquellos dieciocho años, el objetivo principal de mi vida esa precisamente ese: ¡recordar para escribir después! En el momento mismo en que traspasé el umbral de la cárcel subterránea del NKVD de Kazán, comencé a reunir materiales para este libro.” (p. 848)

De un libro como este, que además tiene 854 páginas, se pueden comentar multitud de cosas y fijarse en muchos de los momentos relevantes, pero creo que lo mejor que puedo hacer ahora es recomendarlo encarecidamente. No se pasarán gratos momentos, aunque también hay personas que demuestran un alto grado de humanidad y solidaridad en situaciones tan extremas, pero sí que se asistirá a la vida en todas sus dimensiones. No se trata de un texto que se pueda leer de un tirón, y no solo por el tamaño, pero sí que se lo echará de menos si no se coge un rato cada día.
No tiene mayor importancia, pero resulta curioso el hecho de que cada parte tenga un traductor diferente porque en el caso del primer libro, traducido en 1967, aparecen bastantes palabras que hoy están prácticamente desaparecidas o en completo desuso como por ejemplo: antiparras, apañuscados, absurdidad, escandidas, etc.

Evgenia Ginzburg, El vértigo. Traducción Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo.

martes, 24 de octubre de 2017

Novelando la guerra de Vietnam



Hacía tiempo que no se traducía ningún libro de este escritor. Entre 2011 y 2013 leí los tres libros hasta entonces publicados de los que el titulado Las cosas que llevaban los hombres que lucharon me pareció un gran libro. Por eso al ver este que ahora comento y saber que también iba sobre la guerra de Vietnam me abalancé sobre él. Este libro fue escrito en 1978 y, por lo tanto, es muy anterior al de Las cosas que llevaban… y no sé si será por eso o por otra circunstancia, el caso es que aunque trate de la misma guerra el planteamiento es en parte diferente.
De alguna manera se podría decir que estamos ante dos novelas que se van intercalando dentro del mismo libro. Por una parte hay un escrito bastante realista en el que se describe la guerra y, sobre todo, la situación de los soldados: sus padecimientos, sus dudas, sus miedos, etc., es decir, lo habitual en una novela que trate de la guerra. Esta parte abarca más o menos la mitad del texto y en ella podemos encontrar fragmentos como los siguientes:


“Y yo lo que digo es que a la mayoría de los soldados los propósitos y la justicia se la traen muy floja. Ni siquiera piensan en esas mierdas. Están demasiado ocupados dando botes para que no les corten la cola. Propósitos… ¡A la mierda los propósitos! Lo que a ellos les preocupa es cómo seguir respirando.  Lo que piensan es qué sentirán cuando pisen esa trampa. ¿Se volverá locos? ¿Se vomitarán encima, llorarán, se desmayarán, gritarán? ¿Qué aspecto tendrán cuando no sean más que huesos, carne y pus? En eso piensan, no en los propósitos.

-        Y en huir- dijo Fahyi Rhallo-. Los soldados piensan en huir. ¿ Huirán o resistirán y lucharán?” (p. 225)


“Ni siquiera conocían las cosas más simples: la sensación de la victoria, de la satisfacción, del sacrificio necesario. No conocían la sensación de conquistar una posición y mantenerla, de asegurar una aldea y luego izar la bandera y cantar victoria. No había ninguna sensación de orden ni de progreso. No había frentes, ni retaguardia, ni unas trincheras claramente dispuestas en paralelo. No había ningún Patton que avanzara hacia el Rin, ni cabezas de playa que atacar, ganar y conservar por algún tiempo. No tenían objetivos. No tenían causa. No sabían si la guerra obedecía a la ideología, a la economía, a la hegemonía o al desprecio.” (p. 307)


Este tipo de ideas es bastante habitual en la novela que tanto me gustó de O’Brien hace unos años.
Sin embargo, hay otra parte en la que, siguiendo el enunciado del título, un grupo se dedica a perseguir a Cacciato, un soldado fugitivo,  desde Vietnam hasta París, pasando por la India, Afganistán  o Grecia. Esta parte se desarrolla intercalando capítulos en el resto de lo contado. A mí no me ha aportado nada y, sobre todo, a medida que avanzaba la persecución me iba interesando cada vez menos. Solo el capítulo en el que son detenidos por la policía política de Irán tiene interés por los debates que se establecen en torno a la guerra.
Seguramente el problema es que yo no he terminado de captar el sentido de toda esta especie de ensoñación que es en lo que consiste  la persecución por medio mundo, pero en cualquier caso lo que sí resulta evidente es que rompe completamente con el fondo y la forma de lo que está narrando en el resto del libro.
Se trata pues de una novela muy desigual que atrapa por momentos e incluso emociona, pero que luego te da una ducha de agua fría. Para mejores críticas se puede leer la contraportada.
En todo caso, no dejo de recomendar a este autor y sobre todo el libro que mencionaba al principio del comentario.



Tim O’Brien, Persiguiendo a Cacciato. Traducción David Paradela López.

jueves, 19 de octubre de 2017

Emocionante novela




“Si Pablo fuera mi personaje, no habría muerto. (…) Pero esta historia la han escrito otros por mí. Yo solo la estoy llorando.” (p. 166)

En esta frase que cierra el tercer capítulo del libro se resume muy bien cuál es el espíritu y el ánimo del autor.
El 19 de septiembre pasado hacía la primera entrada sobre un libro de Sergio del Molino y hoy, justo un mes después, hago la tercera. Esto solo puede significar que es un escritor que no solo me ha gustado sino que me ha impactado. No diré nada de los otros dos libros pues ya están comentados y muy recientemente en el blog. Curiosamente, me suele suceder a menudo que leo a algunos autores en sentido inverso a la fecha de publicación de sus obras lo que me ha vuelto a pasar en este caso. 
En la reseña hecha por Santi en el blog unlibroaldia.blogspot.com se afirma: “La hora violeta es una obra triste pero, a pesar de todo, no desesperanzada ni desesperanzadora. Tiene pasajes cargados de un dolor y una angustia evidentes; pero el tono escogido para mostrarlos es de una aceptación y una calma casi estoica”.
Pongo a continuación dos fragmentos que reflejan bastante bien el tono de una parte importante del libro:

“Hijo mío, ¿me perdonarás alguna vez? ¿Sabrás disculpar que no pueda salvarte? No sé ni siquiera si soy digno de reclamar tu perdón. No sé si merezco tus besos. Sólo puedo quererte de esta forma tan inútil y desquiciada. Sólo puedo acompañarte, aguantar tu mano en el dolor. Estás solo ante los monstruos, cariño mío. No sé ahuyentarlos, no sé evitar que te hagan daño. Incluso se me niega el último gesto heroico de sacrificarme por ti, de gritarte que salgas corriendo mientras soy devorado por los bichos. No estoy programado para esto. Mi instinto de padre se rebela, pero ni tiene contra quién rebelarse. Es una insurrección suicida, un grito contra mí mismo.” (p. 86)

“La tralla (se refiere a las fuertes dosis de quimioterapia) noquea a Pablo, que debe recibir transfusiones casi cada día. Devora las plaquetas. Le transfunden una bolsa y, al día siguiente, los niveles hematológicos vuelven a estar casi a cero. La piel, transparente. No tiene hambre. El aparato digestivo se le ha llenado de llagas. No come. Se queja, no sonríe, no quiere ni pide nada. Sólo nuestros brazos, sólo el contacto cálido y lejanamente uterino de nuestro cuerpo. Y ni siquiera obtiene eso. No podemos darle nuestros cuerpos, sino una versión estéril de ellos, encubierta con batas y mascarillas quirúrgicas.” (p. 91)

Finalmente, porque creo que aclara muy bien el sentido del libro, reproduzco un fragmento de la entrevista que hace al autor Benito Garrido en culturamas.es:

P.- Realista, narrada en primera persona, los sentimientos del padre y del enfermo se hacen plausibles. ¿Es el estilo más adecuado para empatizar con el lector?
Quería que el libro se pareciese a un dietario. Y, en cierta forma, es un falso dietario, narrado en tiempo presente. Buscaba la mayor cercanía posible con el lector. Si hubiera escogido otro punto de vista, habría tenido que recurrir a la ficción o habría marcado unas distancias impropias con la historia, como si esta no fuera conmigo. Era, de nuevo, la estrategia más honesta y limpia que encontré.

Tras estas reproducciones me falta expresar el impacto que a mí me ha producido la lectura. Tengo que advertir, porque creo que influye bastante en dicho impacto, que soy padre de un niño de siete años a pesar de haber nacido hace muchísimos años.            Quiero expresar con ello que estoy tremendamente sensibilizado con todo lo que les pase a los niños como vengo observando por mis reacciones ante determinadas imágenes tanto reales como de ficción. En este sentido, a pesar del cuidado que pone al autor para no convertir la historia en un melodrama, tengo que reconocer que en muchos momentos me ha puesto un nudo en la garganta y otro en el estómago; que he tenido ganas de compartir su llanto en muchos momentos y que me he sentido solidario con su dolor y su impotencia.
Del Molino es un extraordinario narrador como buen periodista que es, pero además, como he podido comprobar en los tres libros que he leído, es un escritor con una gran sensibilidad escriba de lo que escriba, pues si bien dos de los libros hablan entre otras cosas de la muerte, en La España vacía también la demuestra y el tema es bien diferente.
En fin, solo me resta recomendar el libro advirtiendo, eso sí, que puede herir la sensibilidad del lector, pero también en esto se demuestra que es un gran libro.
No lo he mencionado hasta ahora, pero creo que se deduce claramente de lo puesto que estamos ante una obra de lo que actualmente se llama faction o non fiction.

Sergio del Molino, La hora violeta

martes, 17 de octubre de 2017

Judíos húngaros y ocupación nazi


Soy un seguidor asiduo de los escritores húngaros desde aquel Lajos Zilahy que tanto se leía en la España de los cincuenta, al más reciente Sándor Márai, pasando por multitud de nombres ya que, afortunadamente, en los últimos años se han traducido muchas obras de estos escritores. Tras la literatura  anglosajona y germana, la húngara ocupa el siguiente  lugar en número de libros en mi biblioteca. Hay muchas razones para esta preferencia como pueden ser, entre otras: el interés que suelen tener los temas que tratan, el hecho de que se trata generalmente de grandes narradores y, desde luego, son escritores que escriben muy bien ( o están muy bien traducidos) y de forma también muy clara.
Desconocía totalmente a Erno Szép a pesar de que he visto ahora que ya tenía un libro publicado en España. No tardaré mucho en conseguirlo y leerlo.
Este que ahora comento recoge un breve periodo de tiempo, unas tres semanas, en el que el autor, pues se trata de una novela plenamente autobiográfica, pasó de estar recluido en Budapest en una casa para judíos a terminar realizando trabajos forzados en un pueblo de la provincia.
Casi la mitad del libro está dedicada a contar cómo era la vida en esa comunidad de vecinos que funcionaba como una especie de gueto. En el resto, Szép relata el viaje y la estancia en diversos campos de deporte hasta llegar al destino en el que tendrá que hacer esos trabajos forzados que antes mencionaba. Todo ello está contado con muchos detalles sobre la vida cotidiana (el dormir, la comida, el tabaco) y aparecen bastantes personajes algunos con su nombre real y otros solo con la inicial (esta circunstancia la explica el autor en un párrafo final).
A quien esté medianamente informado y haya leído libros sobre el tema, el libro no le aportará más información ni tampoco le resultará demasiado duro de leer, pero sí que me parece muy interesante por el planteamiento a base de capítulos muy cortos que lo hacen funcionar casi como un diario y, por supuesto, por la magnífica forma en que está contado. No hay apenas reflexiones ni más elementos que la vida de los detenidos por ser judíos. Apenas aparecen los verdugos (en este caso los Cruces Flechadas, esto es, los fascistas húngaros).
No obstante lo dicho me ha resultado llamativo el siguiente fragmento que se sale un poco del contexto del libro y que no sé muy bien cómo interpretar:

“Hablé de política con un señor anciano achacoso, me contó una bonita sentencia:
-        Mira, Hungría se podría describir con una sola frase: “Los campesinos echaban pestes de los señores, los señores echaban pestes de los judíos, y los judíos echaban pestes entre ellos mismos.”” (p .204)

Un libro muy recomendable.
Hay una corta reseña de Juan Jiménez García en diarios.detour.es

Erno Szép, El olor humano. Traducción Eszter Orbán y José miguel González.

domingo, 15 de octubre de 2017

Artículos interesantes

En estos días, leer prensa es tener que leer sobre la crisis catalana. Reconozco que apenas leo sobre el tema, no porque no me interese, sino porque se escribe demasiado con poco conocimiento y mucha carga ideológica detrás. Sin embargo, quedan algunos reductos donde se pueden leer opiniones bastante más matizadas de lo habitual. He seleccionado algunas.

Si siempre es interesante una entrevista con Ada Colau, en estos momentos, lo es más aún. Además se la hace Neus Tomás.(eldiario.es)

Elisa Beni está escribiendo unos artículos muy densos, pero también muy interesantes sobre los aspectos jurídicos de la crisis catalana. (eldiario.es)

Las reflexiones de Josep Ramoneda siempre hacen pensar y replantearse las cosas. (elpais.com) (Es casi el único que se sale de la tremenda campaña de ese medio en contra del independentismo.)

Con Jesús Maraña para un poco lo que con Ramoneda, que hay que leerlo siempre porque es raro el escrito que no aporta cosas interesantes. (infolibre.es)

viernes, 13 de octubre de 2017

Algo más que una novela



No es nada extraño que este libro haya sido prácticamente un best seller como también lo ha sido recientemente la tetralogía de Elena Ferrante. Ambas escritoras comparten una buena escritura con un gran interés de lo que cuentan.
Este libro de Schrobsdorff es una novela en la que prima lo biográfico e incluso lo autobiográfico. Está dividida en tres partes muy diferentes. En la primera, la más extensa, la autora ofrece un magnífico retrato de la Alemania, sobre todo de Berlín,  de los años veinte y principios de los treinta a través de la vida y aventuras de su madre y de sus amistades. Es un reflejo de la vida, y también algo de las ideas, de la clase media tanto alemana como judío-alemana, si es que es correcto hablar así. En la segunda, la madre, al ser  hija de padres judíos emigra, realmente huye, a Bulgaria para lo que hará un matrimonio de conveniencia. Esta parte del libro es en mi opinión la más emocionante y en la que la madre muestra más y mejor sus verdaderos sentimientos. Finalmente, en la tercera parte, la autora reproduce un conjunto de cartas, de 1947 a 1949, de la correspondencia de su madre principalmente con Bettina, la hermana de la autora que también proporcionan momentos muy emotivos.
Reproduzco a continuación algunos fragmentos en los que la autora caracteriza a su madre que me darán pie para hacer algunos comentarios:

 “Nadie podía escapar a la pequeña y compacta Else, ese dechado de gozo vital, esa fuente de ternura y calidez, esa llama de inteligencia diáfana y lúcida.” (p. 160)

“Lo cierto es que no hubiera podido dar con una situación más complicada: una judía que convivía bajo el mismo techo con su marido, la amante de éste, un amante suyo y dos hijos de padres diferentes. ¡Pero qué importaba eso! A fin de cuentas, él no la amaba y nunca había pensado en una relación seria.” (p. 143) (Se refiere a Erich, segundo marido de la madre y padre de la autora.)

“- Y tú, mamá, ¿qué persona fuiste en tu juventud?
  -Una que hoy desearía no haber sido. Y debes tener cuidado que no te pase lo mismo.” (p. 532) (Conversación de Angelika con su madre.)

“Los alemanes son incorregibles. No se han desprendido de su arrogancia, no han comprendido ni aprendido nada. Y si algo los conmociona no es lo que hicieron sino lo que ahora les están haciendo a ellos. No pueden soportar ser los derrotados y vencidos, despotrican y provocan y, por lo visto, no son, en absoluto, conscientes de que si se ven en esa situación ha sido por su propia culpa.” (p. 562) (Carta de Else a su hija Bettina en marzo de 1948.)

Como se ve claramente, se trata de un personaje muy peculiar y que, efectivamente, no debía de ser como otras madres. La situación que aparece en el segundo fragmente creo que solo podía producirse en ese Berlín de los años veinte con la libertad de todo tipo que, por lo que se puede leer tanto en muchas novelas como en los libros de historia, allí había. Resulta especialmente interesante esa especie de arrepentimiento que se recoge en la conversación de Angelika con su madre y que seguramente tiene que ver con lo que pasará con sus hijos así como con lo vivido en el exilio búlgaro.
Al mismo tiempo, Schrobsdorff deja bien reflejado cómo esa clase media no dio importancia al surgimiento de Hitler. En este sentido el último fragmento, que reproduce un texto real de la madre, es significativo del cambio operado en la protagonista.
Un libro muy completo en el  que hay biografía, autobiografía, recuerdos, reproducción de variada correspondencia y todo ello magníficamente contado y novelado. Hay también un espléndido retrato de personajes empezando por Else, la madre (con tres hijos de tres hombres diferentes); siguiendo por ese hermano, Peter,  que al final adquirirá un protagonismo dramático; la autora que aparece tanto en primera persona como en tercera y que tiene la valentía de reproducir cartas de su madre en las que no sale precisamente bien parada; los diferentes amores de la madre entre los que destaca el llamado por ella Bueno, ese Erich Schrobsdorff que tanto les ayudó en los momentos difíciles cuando ya estaba separado de Else y tenía su propia mujer; y, por supuesto, las amigas de la madre entre las que destaca, sobre todo en los años berlineses, Eugenie von Liebig, un personaje muy novelesco.
En cuanto a los temas que trata, además de los ya mencionados hay que destacar las diferentes reacciones tanto de la autora como de los tres hijos ante el tema de ser judío.
Algo que se echa en falta, pero que se entiende al tratarse de una novela, es la publicación de alguna de las fotografías de las que habla en el libro. El lector se queda con las ganas de conocer cómo eran varios de los protagonistas.
En fin, un libro totalmente recomendable del que existen dos buenas reseñas: la de Andrés Trapiello en elpais,com y la del blog devoradoradelibros.com

Angelika Schrobsdorff, Tú no eres como las otras madres. Traducción Richard Gross.

martes, 10 de octubre de 2017

Citas sobre nacionalismo

A lo largo de los años he recopilado muchas frases sobre este tema que siempre me ha preocupado. Soy profundamente antinacionalista tanto racional como visceral, pero seguramente por ello, aunque esto tendría que matizarlo mucho y no es el momento, estoy a favor de que un territorio pueda independizarse de otro si la mayoría de sus habitantes lo desean. Creo que un estado es un conjunto de ciudadanos que se someten a unas leyes comunes y, por lo tanto, pueden dejar de hacerlo si así lo desean.
Sea como sea, el nacionalismo me parece una de las ideologías que más daño ha producido a la humanidad en los últimos ciento cincuenta años.
Pero vamos con las citas.

La patria, dirá mucho después *, sólo puede ser un ideal para aquellos que no la tienen, como los fedayín palestinos.
- ¿Y el día que la tengan?- le pregunto.
Él guarda silencio durante unos momentos.
- Entonces habrán conquistado el derecho de arrojarla a la taza del retrete y tirar, como yo, de la cadena.
* Jean Genet
Juan Goitysolo, En los reinos de taifas

¿Hay algún lugar en el mundo alejado de la “búsqueda de la identidad nacional” y de los ”sentimientos nacionales”? Simplemente, amo a mis amigos y a mis dos ciudades: Sarajevo y París. Ésta es mi identidad nacional.
Jasna Samic, Escarcha de primaveras

En este marco de reducción del hombre a agente económico, los nacionalismos y las religiones buscan una nueva oportunidad. Siempre que se producen vacíos en la construcción del sentido aparecen los profesionales del nosotros dispuestos a ocuparlos. Lo orgánico se ofrece para contrarrestar el carácter disolutivo -desamparador- de lo inorgánico, el sentimiento se propone como alternativo o complemento al interés.
Josep Ramoneda, Después de la pasión política

Pero ¿a quién le hace falta que haya Francia? A Francia, indudablemente: no a la gente que rebulla por la orilla izquierda del Rin o por la cara Norte de los Pirineos; en todo caso, al Individuo ante su televisor o a la Masa en su estadio, que, al batir la marca el atleta revestido de la tricolor (importado acaso de Zanzíbar), gritan emocionados “¡Hemos batido la marca!¡Hemos triunfado!” Pero esos no son gente, sino Francia.
Agustín García Calvo, Análisis de la Sociedad del Bienestar

Pero todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación  a que pertenece por casualidad; en eso se ceba y, en su gratitud, está dispuesto a defender con manos y pie todos los defectos y todas las tonterías de esta nación.
Arthur Schopenhauer, Arte del buen vivir


Honradamente nunca se podrá decir gran bien de un carácter nacional, ya que “nacional” quiere decir que pertenece a la multitud. Es más bien la mezquindad de espíritu, la sinrazón y la perversidad de la especie humana, las únicas que resaltan en cada país, bajo una forma distinta, y a esta se llama carácter nacional.
Arthur Schopenhauer, Arte del buen vivir


¿Acaso no es la principal virtud del nacionalismo hallar para cada problema un culpable antes que una solución?
Amin Maalouf, Identidades asesinas

No tengo patria y, como es natural, no sufro por ello, sino que me alegro de mi condición de apátrida, pues me libera de sentimentalismos innecesarios.
Odon von Horváth, Juventud sin Dios

Cuando me preguntan qué soy “en lo más hondo de mí mismo”, están suponiendo que “en el fondo” de cada persona hay sólo una pertenencia que importe, su “verdad profunda” de alguna manera, su “esencia”, que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás -su trayectoria de hombre libre, las convicciones que ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal, sus afinidades, su vida en suma-, no contara para nada.
Amin Maalouf, Identidades asesinas

En sus canciones, que entonan en las noches, siempre se repite el mismo estribillo: “¿Mi patria? Mi patria está allí donde llueve.”
Ryszard Kapuscinski, Ébano

No hay nada más absurdo que una frontera, ni nadie más idiota que el tipo uniformado que se siente importante porque cree que divide el mundo al exigir un papel.
Maruja Torres, Amor América

El nacionalismo, es decir, la autocontemplación y egolatría nacionales, es en todas partes una enfermedad mental peligrosa, capaz de desfigurar y afear los rasgos de una nación, igual que la vanidad y el egoísmo desfiguran y afean los rasgos de una persona.
Sebastián Haffner, Historia de un alemán. Memorias 1914-1933

¿Qué clase de ignominia es no pertenecer a ninguna nación?¿En qué consiste la deshonra? Un nacido extramatrimonial ya no se avergüenza de reconocer que no sabe a qué familia pertenece. ¿Por qué se avergüenza alguien cuando le reprochan que no tiene patria?¿No es más honroso ser una persona (o un cristiano) que un alemán, francés o inglés? Me parece más agradable estar entre las razas que arraigar en una de ellas -aunque sólo fuera por el motivo de que es más fácil sentirse por encima de las razas-.
Joseph Roth, El juicio de la historia. Escritos 1920-1939

Más de una vez he expresado mi escepticismo hacia las selecciones nacionales, sea la española, sea la que sea y mi total condena al intento de crear una selección nacional catalana o vasca de fútbol. Prefiero los clubes de fútbol porque son, a pesar de los pesares, más laicos que las selecciones nacionales. En torno a ellas siempre se crea un no sé qué de verdad revelada y de pueblo escogido, como si reclamara a la Providencia que jugara a favor de una u otra selección.
Manuel Vázquez Montalbán, La aznaridad

“Considero que la tarea política del judío consiste en erradicar el nacionalismo en todos los países para así procurar la unión en el puro espíritu. Por eso rechazo también el nacionalismo judío, porque es arrogancia y aislamiento: después de haber regado el mundo con nuestra sangre y con nuestras ideas durante dos mil años ahora no podemos limitarnos a ser de nuevo una nacioncita en un rincón árabe. Nuestro espíritu es un espíritu universal: por eso nos hemos convertido en lo que somos y si tenemos que sufrir por ello, ese es nuestro destino.”
Palabras de Zweig en una carta a Marek Scherlag citado en
Oliver Matuschek, Las tres vidas de Stefan Zweig

¿Debo yo sentirme más unido a un basurero alemán que a aquel historiador francés con el que me carteo desde hace décadas..., he de dejar pasar sin replicar que el nacionalismo, que se presenta como protector nato de todas las joyas nacionales de la corona, las trate precisamente con tanto cinismo, tanta brutalidad, tanto salvajismo primitivo como a ninguna otra cosa?
Friedrich Reck, Diario de un desesperado

No obstante, nada garantiza que los nacionalistas, una vez en el poder, establecerán una sociedad justa. La opresión nacional puede quedar sustituida por opresión religiosa o política, de clase o de clan, peor que la anterior. Y en nombre de ese principio que afirman explícitamente -la preferencia por los propios en detrimento de los otros- puede instaurarse una nueva injusticia.
Tzvetan Todorov, El miedo a los bárbaros

¡Escucha lo que te digo Salomón! Ese asqueroso Darwin que dice que el hombre procede del mono va a resultar que tiene razón. A los hombre ya no les basta con estar divididos en pueblos, ¡no!, quieren pertenecer a distintas naciones. Nacional... ¿me oyes, Salomón? Ni a los monos se les ocurriría semejante idea. Con todo, la teoría de Darwin me sigue pareciendo incompleta. A lo mejor son los monos los que proceden de los nacionalistas, pues los monos suponen un progreso.
Joseph Roth, El busto del emperador

Los medios de comunicación de masas permiten recrear a veces la ilusión de una vida colectiva, durante una copa de fútbol europea o mundial, por ejemplo, siempre y cuando el equipo nacional no resulte eliminado demasiado pronto. Una suerte de ritual de expiación lleva incluso a las categorías superiores a una pasión inédita por el fútbol, un deporte originariamente popular.
Emmanuel Todd,  Después de la democracia

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento.
Mario Vargas Llosa, Discurso de aceptación del Premio Nobel (El País  8/12/2010)

Espero a que todas las capitales
Se conviertan en ciudades de provincias
A que muera en el mundo el eco
Del último himno nacional
(De un poema de un relato hecho por uno de sus protagonistas)
Romain Gary, El bosque del odio


La bomba atómica, que volvía imposible otra guerra mundial, y la creación de las Naciones Unidas, tímido primer esbozo de un gobierno mundial, vaciaban de sentido la división del mundo en naciones soberanas y solo cabía ir hacia una mancomunidad universal de pueblos que convivieran en paz.
Duró poco, pero lo bastante como para conformar en mí la convicción de que, de todos los males de este siglo -el nazismo, el bolchevismo, el colonialismo, y todas las demás ideologías inhumanas concebidas por el hombre-, esa, el nacionalismo, era no solo la más nefasta sino la más estúpìda.
Mario Muchnik, Oficio editor







viernes, 6 de octubre de 2017

Una España bastante olvidada



“Un completo recorrido por la geografía, la historia y las narrativas de la España interior, de la mano de un excelente prosista que sabe ser al mismo tiempo divulgativo, crítico y emocional.” Jorge Carrión, The New York Times en español (en la contraportada).

Esta frase es un buen resumen del contenido y el sentido de este magnífico libro. El autor lo ha dividido en tres partes claramente diferenciadas. En la primera explica lo que él denomina El Gran Trauma, esto es, el vaciamiento que se produjo desde los años cincuenta del siglo pasado de la España interior. Para ello emplea multitud de datos estadísticos muy interesantes. En la segunda, la más extensa y la que forma el verdadero núcleo del libro, bajo el epígrafe de Los mitos de la España vacía hace un recorrido por lugares de esa España de la mano principalmente de la literatura y también algo del cine. En la tercera, El orgullo, habla de algunos cambios que se están produciendo actualmente por su generación, a la que denomina como viejóvenes
En este recorrido nos vamos a encontrar con cosas tan distintas como: las películas Surcos y Amanece que no es poco  o el documental Tierra sin pan que Buñuel hizo sobre Las Hurdes; con escritores como Llamazares, Muñoz Molina  o Bécquer; con programas de televisión como Un país en la mochila de Labordeta; con crímenes como los de Fago o Puerto Urraco; y también con La Institución Libre de Enseñanza y el carlismo. Ahora bien, si algo recorre gran parte del libro es El Quijote.
Como se ve, se trata de un viaje fundamentalmente literario aunque Del Molino también haya recorrido por trabajo o placer gran parte de esa España interior.
Tengo que decir que aparte del interés que tiene el libro en sí mismo, a mí me ha resultado especialmente entrañable en algunos momentos. Nací en una ciudad y soy fundamentalmente un urbanita, pero en la segunda mitad de los cincuenta y principios de los sesenta pasaba los tres meses de vacaciones en un pueblo de Toledo con la familia materna. Allí hacía la mayor parte de los trabajos agrícolas y, desde entonces, siempre he sentido un gran respeto y, sobre todo, un gran afecto por todo lo relacionado con el mundo rural. Por eso este libro me parece no solo interesante y emocionante sino también muy necesario ante el abandono que sufre ese mundo desde hace tiempo.
Algo de esto refleja muy bien el autor en el siguiente fragmento situado al final del libro:

“(…) caminamos por la España vacía como si estuviera en llamas o hubiera ardido hace poco. Esas cenizas y esos cascotes contienen siglos de desprecio y odio. Han sido tratados con asco, altivez o sorna, y quienes no lo han hecho así, como los institucionistas, han alentado la idea de redención. Todos, ya hablasen desde el desprecio, ya desde la admiración, la contemplaban como un lugar extraño en el sentido extranjero. Algo que no les pertenecía. El imaginario de la España vacía ha sido construido desde fuera, con metáforas condescendientes y crueles como las de las Hurdes o con anales vergonzosos de la crónica negra y criminal. Su paisaje se ha caracterizado siglo tras siglo por el mal de Maritornes. Ha sido lugar de destierro y ha sufrido dictadores que la han destruido con grandes violencias mientras vindicaban y celebraban su dignidad en los discursos. Nunca ha sido dueña de sus propias palabras. Siempre ha estado contada por otros.” (p.251)

Libro absolutamente recomendable. Hay dos buenas y muy personales reseñas: Antonio Muñoz Molina en elpais.com y AndrésBarba en elcultural.com. 

Sergio del Molino, La España vacía. Viaje por un país que nunca fue.

lunes, 2 de octubre de 2017

Magníficas memorias




Conocía ya algo de la obra de Serge por la lectura de dos de sus libros, El caso Tulayev y Ciudad conquistada, así como por el inicio de Medianoche en el siglo que luego abandoné y pronto tendré que retomar. También conocía algunas cosas de su vida y su acción política, pero todo se me ha quedado corto ante estas impresionantes memorias.
Que Serge era un buen escritor ya lo había comprobado y también que no siempre escribe de una forma fácil de seguir. Sin embargo en estas memorias hizo un gran esfuerzo y todo se entiende y se sigue perfectamente.
No se trata de un texto en el que nos enteremos demasiado de los avatares personales del autor, pero sí que seremos capaces de vislumbrar al menos cómo fue la durísima época que le tocó vivir y en la que su compromiso con sus ideas no desfalleció jamás, lo que supone, al menos para mí, la gran lección moral de este libro.
Dice Jean Rière, el editor y autor de las miles de notas que acompañan al texto, en el Prólogo¨:

“El verdadero destino de Victor Napoleón Lvovich Kibalchich alias Victor Serge es enriquecernos con esa polifonía dominada de cabo a rabo, hecha de compasión y comprensión profundas, de lucidez serena, de firmeza moral, de intransigencia combativa, de inteligencia clara.” (p. 13)

Acertadas palabras que dan una idea bastante precisa de cuál es el sentido del libro. 
Con Serge recorreremos el París que en 1909 se manifiesta por la muerte de Ferrer Guardia; la Barcelona en la que en 1917 se está produciendo la Asamblea de parlamentarios y todo el movimiento insurreccional; el Petrogrado de la guerra civil y del comunismo de guerra; su participación en el grupo  de Oposición en Leningrado; su destierro en Orenburgo (Kazajstán); su salida final para Méjico y muchos otros momentos todos ellos importantes y enraizados en las luchas que tenían lugar en aquella época.
Tiene también momentos muy literarios, como por ejemplo el relato de su llegada a Petrogrado; otros en los que con unos pocos trazos da buena cuenta de algunos hechos, como cuando habla de la cheka; y, desde luego, es una auténtico virtuoso en la descripción de los personajes reales que aparecen en el libro y que son muchísimos. Valga el siguiente como ejemplo:

“ (…) y Franz Dahlem, joven, de rasgos duros, de nariz grande, mirada inexpresiva, trabajador sin personalidad, militante sin inquietud, informado sin pensamiento, que nunca hacía una pregunta mínimamente viva, pero aplicaba cuidadosamente las consignas y las directivas. El tipo del suboficial comunista. Ni tonto ni inteligente: obediente.” (p. 206) (Luego fue líder del partido comunista alemán y entregado a la Gestapo por Vichy)

El compromiso de Serge se puede ver perfectamente por el relato de su trabajo en 1919, esto es, en plena guerra civil:

“Yo cumplía naturalmente, como todos los camaradas, una multitud de funciones. Dirigía el servicio de lenguas latinas de la Internacional y sus ediciones, recibía  a los delegados extranjeros que llegaban por caminos peligrosos a través de las redes de alambres de púas del bloqueo, llenaba las funciones de comisario para los archivos del ex ministerio de Interior, es decir la ex Ojrana; era a la vez soldado del batallón comunista del II ramos y attaché al estado mayor de la defensa; allí me ocupaba del contrabando con Finlandia; comprábamos a honrados comerciantes de Helsinki armas excelentes (…).” (p. 122)

Pero un compromiso matizado como también decía unos meses antes:

“Mi decisión estaba tomada, no estaría contra los bolcheviques ni sería neutro. Estaría con ellos, pero libremente, sin abdicación de pensamientos ni de sentido crítico.” (p. 106)

Tan crítico como para escribir: “Una sopa sustanciosa costaba un rublo en el restorán donde unas niñitas ayudaban al servicio para poder lamer el plato cuando uno había terminado y recoger las migas del pan.” (p. 364) (En Orenburgo desterrado en 1933 y, por lo tanto,  después de muchos años de revolución.)

Esta es la clave del personaje, comprometido con el proceso revolucionario pero sin abdicar de sus ideas. Y, claro, así le fue en un país dominado por Stalin. Es curioso observar la cantidad de nombres que salen en distintos momentos del libro y que llevan la coletilla de muerto, desaparecido, represaliado o fusilado en 1937.
Un libro realmente excepcional del que, eso sí, se pierden muchos detalles por desconocimiento de la historia del país y de una gran cantidad de los personajes que menciona.
Me han llamado la atención algunas cosas de la traducción. Así, el uso del término “destroyer” por destructor (antes sí que se utilizaba, pero hace ya tiempo que no); la escritura Guepeú por la más habitual de GPU; escribir Noy (por Noi) del Sucre; usar institutor por maestro o instructor; y, finalmente, la expresión nunca oída de fascizante. En todo caso, se trata de una buena traducción tanto del texto original como de las notas que lo acompañan.
Un comentario final. Descubrí este libro en una feria del libro de ocasión en Santander hace dos meses. Hay que mirar siempre donde haya libros porque siempre se pueden encontrar ejemplares interesantes.


Victor Serge, Memorias de un revolucionario. Traducción Tomás Segovia.