“Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele;
el verdadero amor es el que nada perdona.”
Molière
Con esta cita abre Debray este libro en el que desde
luego “nada perdona” y en el que ese amor se le supone aunque no se vea
demasiado a lo largo del texto.
Ha realizado la autora lo que yo considero una
especie de ajuste de cuentas con sus padres o, para ser más preciso, sobre todo
con su padre del que no dice demasiadas cosas positivas más allá de reconocer
su talento siempre y su valor en una
época. Valgan como muestra los siguientes fragmentos:
“Con mis padres, nada era ligero o alegre. Su tono
era serio, las metas eran cruciales. Yo no entendía gran cosa de todo aquello y
ellos no se preocupaban por hacerme partícipe de sus temas de conversación.” (p
173)
"Mis padres siempre estaban insatisfechos e inquietos.
Y nunca compartían el júbilo colectivo.” (p. 175)
“Incapaces de tomarse vacaciones si no era para leer
y escribir, todo tenía una connotación política, incluso la lección de la
criada, descendiente de refugiados españoles republicano, minusválida, a la que
había que contratar aunque no pudiera pasar la aspiradora.” (p. 176)
“No conservo ningún recuerdo de mis padres haciendo
algo para mí o conmigo. Cuando se veían, solo hablaban de política.” (p. 195)
”Muy pronto comprendí que mis padres se esforzaban
por dar lo que podían: una ventana al mundo, un sentido crítico, una disciplina
e incluso cariño.” (p. 194)
Como se ve solo aparece algo relacionado con el
afecto en esta última frase.
El libro está dividido en seis capítulos. En el
primero hace un resumen de los antecedentes familiares de sus padres. En el
segundo se centra en la peripecia sudamericana del padre, tanto en Cuba como en
Bolivia y cuenta su detención, juicio y posterior encarcelamiento. Hasta la
mitad del libro la autora aún no había nacido. A partir del tercer capítulo sí
que se trata ya de un libro de memorias, bien que muy selectivas, en el que
habla de su infancia, de la relación con sus padres, de la vida con sus
abuelos, de su estancia en Sevilla entre 1989 y 1993, de su posterior viaje a
Venezuela (el país originario de su madre) y finalmente a Estados Unidos para
trabajar en una banco. Esta segunda parte es la más interesante porque es la
que verdaderamente responde al título del libro y es lo que yo encontraba
interesante, esto es, cómo se puede compaginar la labor “revolucionaria” con la
paternidad.
En este sentido, el libro no me ha defraudado y,
además, me ha descubierto algo no por conocido menos relevante: cómo de unos
padres con una ideología determinada y muy acendrada, pueden salir unos hijos
con otra bien diferente y en muchos aspectos opuesta.
En este sentido me han llamado mucho la atención las
páginas que dedica al rey Juan Carlos que son un verdadero panegírico desde su
aspecto físico, pasando por su talante, hasta su acción política, llegando a
decir en la comparación con el presidente francés que:
“El Rey era el más republicano de todos los
soberanos; reinaba con los españoles. A la cabeza de una monarquía contrariada,
Mitterand, por su parte, gobernaba desde arriba.” (p. 237)
Aquí la autora parece desconocer la distinta función
que ambos tienen en sus respectivas constituciones, algo difícil de entender si
se tiene en cuenta que en 2014 publicó una biografía del rey. Creo que se
podría decir que ha padecido una especie de “síndrome de Estocolmo” con el
monarca español.
También dedica un par de páginas a demostrar su
antichavismo y anticastrismo en lo que parece ser una especie de revancha, una
vez más, contra su padre, como lo parece también de forma muy explícita el
siguiente fragmento:
“Han disfrutado del pleno empleo, nunca han conocido
la angustia de la precariedad y dispondrán de las últimas pensiones honrosas. A
fuerza de haber tenido ideales, dejan a sus hijos el calentamiento climático,
una deuda pública elevada, pensiones que no están financiadas, el paro masivo,
un sistema educativo poco eficaz.” (p.278-279) (Se está refiriendo a los exsesentayochistas que se aferran a sus
puestos contraponiéndolos al rey Juan Carlos que abdica y deja paso a la
juventud).
En resumen, un libro muy curioso en su planteamiento
y muy poco habitual. Escrito de forma muy clara y con gran valentía para
exponer sus resquemores y sus carencias. Uno de esos libros que se lee casi de
un tirón y que da elementos para pensar sobre todo a los que estamos todavía en
los inicios de la educación de los hijos. Obviamente no estoy de acuerdo con
varias cosas que afirma Debray, pero eso no es lo importante en este caso.
Hay dos buenas reseñas: la de Marc Bassets en
elpais.com y la de Daniel Arjona en elconfidencial.com.
Laurence Debray, Hija
de revolucionarios. Traducción Cristina Zelich.