“Una novela preciosa”, J. Irving. “Fascinante”, J. Banville.
“Amena y elegante”, J. Barnes. Estas expresiones, de tres escritores que
conozco y he leído, están en la contraportada y fueron las que en su día me
llevaron a comprar este libro de un autor que no conocía.
De Salter se habían traducido ya varias novelas con muy buenas
críticas (algunas las reproduce la editorial en la solapa), pero llevaba veinte
años sin publicar hasta la que ahora comento. De hecho la publicó en 2013 con
casi ochenta años.
Tras todo esto tengo que decir que la novela ha sido un fiasco
total. Varias veces he estado a punto de abandonarla, pero han sido
precisamente los términos que utilizan escritores que me merecen respeto y
cierta confianza los que me han llevado a leerla hasta el final sin que apenas
haya mejorado mi opinión.
Seguramente ha sido un buen escritor - la novela no está mal
escrita en varios momentos aunque sí deja bastante que desear en otros-, pero
lo fundamental es que su contenido es difícilmente describible a partir de una
historia que se desarrolla de una forma errática y sin que el lector sepa hacia dónde quiere dirigirla el autor. Es una
pena porque el protagonista, que empieza la novela participando en una batalla
en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, se dedica luego a la edición
de libros en una editorial de Nueva York, pero no se habla prácticamente de ese
tema, lo que hubiera sido interesante, y sí de sus relaciones con diferentes
mujeres a lo largo de cuarenta años sin que terminemos de saber muy bien por
qué se acaban algunas de ellas. Además, hay de repente un capítulo en el que
aparecen editores de Inglaterra, Alemania y Suecia sin que venga a cuento u
otro en el que hay una fiesta en Virginia en la casa de una rica familia que
tampoco.
En fin, no merece la pena insistir. No me ha gustado nada y
siento haber dedicado tanto tiempo a sus 379 páginas. Eso sí, reconozco a la
editorial el mérito de vender tan bien el libro. No es la primera vez que me
pasa algo así, pero tampoco es algo muy habitual.
James Salter, Todo lo que hay. Traducción Eduardo Jordá
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