miércoles, 12 de diciembre de 2018

Tremendo debut literario



“Un infierno frío, blanco y sin dioses.”  Con esta frase termina Ricardo Menéndez Salmón su reseña en  La Nueva España. La reproduzco porque me parece una magnífica síntesis de lo que es esta espléndida novela.
La historia se desarrolla en el invierno de 1867, unos momentos en los que el hambre se generalizó en Finlandia sobre todo en el norte de donde parte una familia o, mejor dicho, una mujer con sus dos hijos pues el padre muere antes de la partida, en un viaje hacia una lejanísima San Petesburgo donde piensan que podrán obtener comida y sobrevivir.
Se podría hablar casi de una novela de carretera pues el relato consiste en las diferentes vicisitudes por las que pasarán que van desde los encuentros con gente dispuesta a ayudarles hasta quien se aprovechará de su situación.
Un ejemplo de lo primero puede ser el de este campesino que les da hasta patatas, eso sí, pequeñas y negras y que dice:

“-Son un poco la imagen de estos años. Negras y humildes… Aunque supongo que a este tiempo no se le puede llamar humilde. Impuestos penosos nos piden, y más duros a aquellos a quienes menos se les ha dado. Las cosechas son modestas, y también estas patatas, como las cosechas de estos tiempos, negras y pequeñas…” (p. 77)

Aquí aparece también una de las pocas críticas explícitas que se hace a la situación política.
Un ejemplo, y muy duro en su narración, de lo segundo es esta violación de la madre por quien también les ofrece una mínima ayuda:

“(…) El hombre se inclina desnudo sobre Marja, le arranca la camisa y la falda antes de que ella alcance siquiera a oponer resistencia. El grito se asfixia en la garganta, el terror paraliza su voz, es como una masa de agua que traga a quien no sabe nadar, negra y fría.
- No te creerás tú, ramera, que vas a comerte aquí gratis nuestras últimas migas de pan.
- El hombre le mete los dedos entre as piernas, luego los saca, los escupe y los vuelve a forzar dentro. Acomete jadeante a Marja, a quien la mano fría del terror empuja bajo la superficie, no la deja salir. Se le acaba el oxígeno. Entonces la penetra.
- Maldita jamelga seca –resopla.” (p. 95-96)

He reproducido este fragmento porque expresa muy bien la forma de escribir de Ollikainen que hace que, a pesar de tratarse de una novela de apenas 132 páginas, no haya sido capaz de leerla de un tirón y en varios momentos haya tenido que descansar por sentirme desasosegado y hasta en algún momento un poco angustiado.
Es una historia terrible narrada sin tapujos y mostrando la dureza de la vida en esa época con un clima, además, tremendamente hostil pues la nieve les llegaba a veces hasta la cintura. De esa dureza da una idea el hecho de que, inmediatamente antes de su marcha, la familia se alimentaba de pan hecho con harina de corteza de pino añadiendo a veces ¡liquen! También el poco alimento que reciben consiste en gruel, una especie de gachas hechas con tal cantidad de agua que son casi líquidas.
A pesar de todo lo dicho, el autor deja al final un par de situaciones que dan una nota algo más optimista.
En más de una de las críticas que la editorial reproduce en su página web aparecen relaciones con la situación actual como, por ejemplo, esta de Elena Balzamo en Le Monde des Livres:

“El drama de hace ciento cincuenta años de este país nórdico nos hace comprender lo que ocurre todavía hoy en muchos puntos del globo mucho mejor que ninguna estadística o reportaje.”

No sé si estará entre las intenciones del autor en esta su primera novela, pero sí es cierto que se puede sacar más de una analogía con la situación actual.
Una novela muy recomendable que me ha recordado, salvando todas las distancias,  otro debut reciente, el de Jesús Carrasco con  Intemperie.

Aki Ollokainen, El año del hambre.  Traducción Luisa Gutiérrez Ruiz.

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