martes, 13 de noviembre de 2012

Una reflexión sobre el estudio de la historia

“La Historia es el producto más peligroso que la química del intelecto haya elaborado jamás. Sus propiedades son harto conocidas. Hace soñar, enardece los pueblos, les engendra falsas esperanzas, exagera sus reflejos, mantiene sus antiguas heridas, les atormenta en su reposo, les conduce al delirio de grandezas o al de las persecuciones y hace que las naciones sean amargas, soberbias, insoportables y vanas. La Historia justifica todo lo que se quiere. No enseña rigurosamente nada ya que lo contiene todo y de todo da ejemplo."
Cita de Paul Valery en
Carles Trepat, Procedimientos en historia
 
Y más nos valdría aprender a hacer el amor correctamente que devanarnos los sesos delante de un libro de historia.
Boris Vian, La hierba roja
 
 “Sobre la experiencia humana: la historia enseña que el hombre no aprende nada de la historia.” “Pues ya enseña algo.” “Y ¿quiere que le diga lo que pienso yo? Que el hombre es el único animal capaz  de creer que está construyendo el paraíso aunque se esté destruyendo a sí mismo.
Juan Iturralde, Días de llamas
 
Con el tiempo, lo ocurrido entra en la categoría de lo inventado. La Historia es un género literario.
Adolfo Bioy Casares, De jardines ajenos.
 
 
 
Dos son los motivos que me llevan a hacer estas reflexiones sobre la historia y su enseñanza. Por un lado, la insistencia de las autoridades académicas, en este caso el actual ministro, en asignar a la escuela, y más en concreto a lo que en ella se enseñe de la historia, el papel de fomentadora de identidades nacionales. Por otro, la ley que se está preparando en esta comunidad autónoma que incluye la prohibición a los profesores de que expresen opiniones políticas.
Organizaré el texto en torno a una serie de observaciones.
 
Primera. El nacionalismo usa y abusa de la historia. Es evidente que todo nacionalismo tiene como punto de partida una visión de la historia de la nación que, además, suele consistir en recalcar aquello que la diferencia de otras, y en ensalzar los grandes momentos de esa historia ocultando en lo posible los peores. A partir de ahí, y como un buen método de buscar la cohesión nacional y la identificación de los ciudadanos con esa historia, se impone su estudio en la escuela durante varios cursos y de una forma acrítica. En este sentido, siempre me resultó sorprendente el caso de Argentina donde los dos siglos de existencia de la república se estudian con una prolijidad, en mi opinión, digna de mejor causa.
Así pues, el estudio de la historia del país se ha utilizado casi siempre con una finalidad “política” y no como mero conocimiento de hechos pasados.
 
Segunda. Lo sucedido en España en particular también ha tenido y tiene mucho que ver con ese tipo de objetivos. No conozco bien los contenidos de la asignatura en los territorios que han tenido grupos nacionalistas ejerciendo el poder, pero sí conozco lo que se ha pretendido hacer a nivel estatal. Hasta hace unos años en segundo de bachillerato se estudiaba en una asignatura la historia de España en los siglos XIX y XX. Era muy interesante porque permitía que los alumnos pudiesen empezar a entender cosas que pasaban en el país. El gobierno del PP decidió que así no se conseguía que tuviesen una idea adecuada de la historia total de la “nación” española, que para eso hacía falta un recorrido a través de toda la historia y la asignatura se convirtió en la tradicional historia de España que se estudiaba en 3º de BUP, abarcando desde Atapuerca hasta los momentos actuales. El objetivo perseguido no era, pues, otro que la asunción por parte de los alumnos de una visión de país conformado desde hace siglos y con una tradición común a todos sus habitantes.
Es seguro que algo parecido ha pasado en Euskadi y Cataluña.
 
Tercera. El problema surge cuando uno se enfrenta como profesor de historia a qué hacer, para qué enseñar historia, cómo enseñarla, en fin, cuando uno se plantea el objetivo de lo que hace con una materia tan sensible a diferentes manipulaciones.
En mi caso siempre tuve claro que no me importaban especialmente los conocimientos que mis alumnos extrajesen del estudio de esa asignatura. Ni  muchos menos pensar en ningún tipo de identificación nacional ni identitaria. Lo importante era que aprovechasen algunas de las virtualidades que tiene el estudio de una materia como ésta y que son, entre otras: desarrollar las capacidades de relación y comparación, aprender a analizar procesos complejos separando para ello los distintos elementos, iniciarse en la elaboración de síntesis tras el correspondiente análisis, practicar la lectura comprensiva de textos de cierta dificultad, iniciarse en la comprensión de estadísticas, gráficos, …  y así podría seguir poniendo una serie de capacidades que, como se puede apreciar, corresponden a lo que los pedagogos llaman procedimientos.
Como se puede apreciar, todo lleva a la consideración de asignatura instrumental.
 
Cuarta. He iniciado muchos cursos de historia haciendo copiar a los alumnos dos posibles definiciones de historia que son: “Historia es la sucesión de los sucesos sucesivamente sucedidos” e “Historia no es saber todo de todo sino aquello de lo que todo depende”. Efectivamente, parecen dos trabalenguas pero, claro está, distan mucho de serlo. Al mismo tiempo les advertía de que la primera no era la que me gustaba, que se olvidasen de esa forma de entender la materia, que se planteasen desde el principio que lo importante era ir descubriendo los entresijos que están tras los hechos.
Con dicho planteamiento no podían esperar que yo les “contase” la historia, que ésta no era un cuento, que eran ellos los que tenían que ir descubriendo cosas a través de los mecanismos que iríamos trabajando en clase.
He de reconocer antes de seguir que una cosa era mi planteamiento de lo que pretendía, y otra muy distinta lo que terminaba muchas veces haciendo y lo que conseguía de los objetivos propuestos, pero, en cualquier caso se ve de nuevo que se trataba de algo diferente a la mera acumulación de conocimientos e informaciones.
 
Quinta. No ha aparecido hasta ahora de forma explícita, aunque creo que fácilmente se puede deducir de lo dicho, que no creo demasiado en el carácter científico de los estudios de historia. Es una pretensión a la que se han dedicado muchas páginas, pero basta leer la mayor parte de los textos que se han escrito particularmente si hablan de un período conflictivo (revoluciones francesa o rusa, guerra civil española, etc) para darse cuenta de lo lejos que está de ello. A lo más que se puede aspirar es a intentar una mínima objetividad o, al menos, evitar lo máximo posible la tendenciosidad.
 
Sexta. En relación con lo que acabo de comentar, está claro que el máximo peligro es dedicarse al adoctrinamiento sea éste en la doctrina que sea. No hay adoctrinamiento bueno aunque sí haya doctrinas (o ideologías) mejores que otras. Los alumnos deben llegar por sí mismos a las conclusiones que les parezcan más adecuadas.
En este sentido, insisto en la perversión que supone el uso de los estudios de historia para lograr objetivos de tipo ideológico o político.
 
Séptima. Viene muy a cuento en este momento comentar lo que parece un intento de evitar que los profesores en general puedan opinar a través de una nueva ley autonómica sobre el papel del profesor y su autoridad. De todo lo dicho hasta ahora se puede concluir que no existe una única visión de la historia, que las diferentes versiones responden en la mayoría de los casos a la ideología de los autores, que incluso los que siguen teorías positivistas y, por lo tanto, aparentemente objetivas y distanciadas, eligen las cuestiones y soslayan las controvertidas, en definitiva, que quien estudia historia lo hace a través de unos textos que no son, en el mejor de los casos, del todo neutrales, objetivos o como se quiera decir. A partir de esa constatación, uno de los trabajos del alumno, con la ayuda del profesor, debería ser averiguar qué hay detrás de los distintos textos para así poder entender mejor lo leído. Evidentemente, esto requiere opinar y se opina siempre desde la perspectiva ideológica de cada cual. Un ejemplo creo que bastará para ilustrar tan largo párrafo: ¿será lo mismo leer la historia de la guerra civil española de Jackson, la de Bolloten, la de Tuñón de Lara o la de Pío Moa? Habrá que opinar sobre cuál refleja mejor los datos de lo sucedido, sobre cuál fuerza más las situaciones para acercarlas a sus posiciones de partida, Habrá, pues, que hacer una lectura que no tiene otro nombre que ideológica y en última instancia política.
En este sentido, bien al contrario de los que se pretende regular,  lo más adecuado sería que el profesor explicitase de alguna manera su ideología para que los alumnos tuvieran claro desde dónde se hacen determinadas afirmaciones.
 
Termino aquí estas incompletas, aunque excesivamente largas, observaciones con dos afirmaciones a modo de conclusión: por un lado, se debe estudiar historia, pero siempre lo que se llama historia universal, es decir, se debe conocer lo que los hombres han hecho para enfrentarse a la naturaleza, organizarse en comunidad, desarrollar sus facultades intelectuales y artísticas, etc, y, por otro lado, se debe aprovechar este estudio para desarrollar un conjunto de capacidades que sirvan para enfrentarse mejor a otros tipos de conocimiento y. de ser posible, entender un poco mejor el mundo actual que es, o al menos debería ser, la pretensión de la enseñanza de las llamadas Ciencias Sociales.
 

 

 

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