lunes, 30 de octubre de 2017

Impresionantes memorias



“Las memorias de Evgenia Ginzburg son, de manera explícita, el relato de un viaje a los infiernos carcelarios del comunismo soviético, pero también, y de manera mucho más sigilosa, la confesión de alguien que ha aprendido algo sobre sí mismo y sobre su alma, que ha ido alcanzando grados sucesivos de conocimiento y desengaño en la misma medida en que conoce celdas, despachos de interrogadores, campos de trabajo que siempre son no el destino final de una castigo, sino un episodio en el tránsito hacia un tormento mayor, hacia otro campo situado más lejos, en los últimos extremos de Siberia y del invierno, en las fronteras mismas de la aniquilación y del retroceso a la más desnuda y envilecida animalidad.” (p. 9-10)

Estas palabras del Prólogo escrito por Antonio Muñoz Molina resumen muy bien el contenido de este impresionante testimonio.
He leído la mayoría de los libros de los supervivientes de las purgas estalinistas que han sido traducidos, pero en ninguno como en este he visto de forma tan clara todo el proceso y tantos lugares pues desde los inicios en las cárceles de Moscú hasta el final en diversos lugares de Kolimá, la autora pasó por multitud de lugares y trabajos en los que conoció a una ingente cantidad de personas, tanto represaliadas como ella como muchos que formaban parte de los represores, desde carceleros e interrogadores hasta directores de campos de concentración o trabajo.
El texto que comento realmente se compone de dos libros. En el primero, El vértigo, que se publicó en Italia en 1967 y el mismo año se tradujo en España, Ginzburg relata su detención, su estancia en diversas cárceles y, en una segunda parte, el viaje hasta Kolimá. En el segundo, El cielo de Siberia, escrito con posterioridad (en España se publicó en 1980), cuenta los padecimientos que pasó en el extremo oriente ruso, para en una segunda parte, seguir viviendo allí como “libre” una vez cumplida su condena hasta que liberasen a su segundo marido. En este segundo libro quienes hayan leído a Varlam Shalámov encontrarán lugares y situaciones muy conocidas, eso sí, contadas siempre en primera persona.
Evgenia Ginzburg es una extraordinaria narradora. Dice también Muñoz Molina en el Prólogo mencionado antes:

“Su escritura, seca y honda, lacónica como un informe y atravesada de intuiciones certeras sobre la condición humana, podría ser la de un novelista, si es que creemos todavía que la cima de la literatura narrativa es la novela.” (p. 18)

Y, efectivamente, se lee como una novela aunque lo que en el libro se cuente responda a hechos reales que en muchos momentos el lector puede dudar que hayan podido suceder por el esfuerzo de memoria que suponen, algo que  a la autora no le pasó desapercibido y así escribe casi al final del libro:

“Algunos lectores suelen preguntarme: ¿cómo ha podido conservar en la memoria tal masa de hechos y de versos, de nombres de personas y de lugares?
La repuesta es muy sencilla: he podido hacerlo porque, a lo largo de aquellos dieciocho años, el objetivo principal de mi vida esa precisamente ese: ¡recordar para escribir después! En el momento mismo en que traspasé el umbral de la cárcel subterránea del NKVD de Kazán, comencé a reunir materiales para este libro.” (p. 848)

De un libro como este, que además tiene 854 páginas, se pueden comentar multitud de cosas y fijarse en muchos de los momentos relevantes, pero creo que lo mejor que puedo hacer ahora es recomendarlo encarecidamente. No se pasarán gratos momentos, aunque también hay personas que demuestran un alto grado de humanidad y solidaridad en situaciones tan extremas, pero sí que se asistirá a la vida en todas sus dimensiones. No se trata de un texto que se pueda leer de un tirón, y no solo por el tamaño, pero sí que se lo echará de menos si no se coge un rato cada día.
No tiene mayor importancia, pero resulta curioso el hecho de que cada parte tenga un traductor diferente porque en el caso del primer libro, traducido en 1967, aparecen bastantes palabras que hoy están prácticamente desaparecidas o en completo desuso como por ejemplo: antiparras, apañuscados, absurdidad, escandidas, etc.

Evgenia Ginzburg, El vértigo. Traducción Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo.

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