miércoles, 21 de noviembre de 2018

Un gran clásico ruso



Tengo una deuda pendiente con los autores clásicos en general y con los rusos en particular. Si bien en su día leí a los principales escritores franceses del siglo XIX y los disfruté, no tuve luego la idea de seguir conociendo otras literaturas del mismo siglo. Craso error, porque cada texto que conozco de esa época me va demostrando que se escribía muy bien y que se trataban temas no solo interesantes sino de un gran valor universal. Además, soy especialmente aficionado a la literatura de corte realista e incluso naturalista por lo que resulta aún más sorprendente ese abandono.
Esta novela corta de Turguénev, de apenas 90 páginas, es un ejemplo de por qué hay que leer a los clásicos. El autor es capaz en los cuatro capítulos en los que divide el texto y que hace corresponder con cuatro años distintos: 1830, 1837, 1849 y 1861, de contar una historia y dejar una buena muestra de algunos aspectos de la sociedad de su tiempo, sobre todo, del papel de la servidumbre que, precisamente, sería eliminada en el año que cierra el libro.
El narrador es un miembro de la aristocracia en el que parece ser que se manifiestan varios rasgos autobiográficos del autor. En el primer capítulo cuenta con doce años y vive con su cruel abuela trasunto, dicen, de su propia madre.
De la obra ha escrito Manuel Hidalgo en su buena reseña en elculturla.com:

“Realista, aunque con efluvios románticos, Punin y Baburin, con su trasfondo histórico y sus referencias literarias, es, a la postre, un drama que, inserto en las circunstancia sociales y políticas de más de treinta años de la vida rusa, aborda con pensamiento sombrío la dificultad de abrazar un destino individual y colectivo justo y feliz.”

No se me ocurre un mejor comentario y sí la encarecida recomendación de su lectura. Le dediqué la mañana de ayer y fue una magnífica experiencia.
A partir de ahora me fijo el compromiso de ir leyendo poco a poco los varios libros de escritores rusos que tengo en los estantes de libros pendientes.

Iván Turguénev, Punin y Babunin. Traducción Marta Sánchez-Nieves.

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