Se dice en la contraportada que este libro es una “biografía novelada” y creo que no es del todo exacto en la medida en que faltan bastantes informaciones sobre la vida del padre del autor. No obstante, esto no quita un ápice de interés a la novela ni de valor a lo que ha hecho Héctor Abad que queda muy bien expresado por él mismo en el siguiente fragmento ya casi al final del libro:
“Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como se saca un tumor. No miro la pantalla, respiro y miro hacia afuera.
(…)
Es posible que todo esto no sirva de nada; ninguna palabra podrá resucitarlo, la historia de su vida y de su muerte no le dará nuevo aliento a sus huesos, no va a recuperar sus carcajadas, ni su inmenso valor, ni el habla convincente y vigorosa, pero de todas formas yo necesito contarla. Sus asesinos siguen libres, cada día son más y más poderosos, y mis manos no pueden combatirlos”. (p 294-295)
En estas palabras tenemos un buen resumen de lo que
este libro es: un homenaje emocionado a la memoria de su padre vilmente
asesinado en 1987. Un padre que queda caracterizado a lo largo del texto como: generoso,
desprendido, tolerante, cariñoso, solidario, liberal, abierto, positivo,
comprometido,…y también, en otro sentido, como alguien inútil manualmente y que detesta
los riesgos físicos.
Héctor Abad Gómez fue un médico dedicado a la
medicina desde el enfoque de la Higiene y la Salud Pública (resulta curioso que
cuando algún campesino aparecía por su casa con algún problema físico fuese la
mujer del médico y no este quien le atendiese porque a él no le gustaba el
ejercicio de la medicina), también participó activamente en la Asociación de
Derechos Humanos, que llegó a presidir, e incluso se postuló como precandidato
por los liberales para la alcaldía de Medellín, su ciudad. Todo ello sucedía en
el seno de una sociedad tan convulsa como era la colombiana de los años setenta
y ochenta con el conflicto abierto entre guerrilla, narcos, paramilitares y
fuerzas del gobierno.
En los primeros capítulos del libro Abad nos cuenta sus años de infancia y juventud en los que estuvo siempre muy próximo a su padre en una familia en la que el resto eran todo mujeres. Un padre del que habla con gran pasión. Dedica bastante espacio a explicar el contexto religioso tanto en el colegio como en la parte materna de su familia; los múltiples rezos del rosario, las letanías y hasta las procesiones que hacían ¡dentro de la casa! En todo esto tengo que decir que me he visto perfectamente retratado porque en España esto funcionaba exactamente igual. Eso sí, hay algo que me gustaría comentar sobre este tema porque no comparto lo que dice al autor en los siguientes párrafos:
"Si en la infancia y primera juventud se nos inculcan creencia metafísicas, o si por el contrario nos enseñan un punto de vista agnóstico, o ateo, llegados a la edad adulta será prácticamente imposible cambiar de posición.
(…)
A veces unas pocas personas ebrias de racionalidad, al crecer, recapacitan y por algunos años adoptan el punto de vista descreído, aunque hayan sido educados de un modo confesional, pero cualquier fragilidad de la vida, vejez o enfermedad los vuelve tremendamente susceptibles a buscar el apoyo de la fe, encarnada en alguna potencia espiritual”. (p 105-106)
No solo en mi caso -he logrado apostatar después de
un proceso que me llevó bastantes trámites e incluso un viaje a Madrid donde
había sido bautizado- no ha sucedido nada parecido, tampoco en el de muchos
que conozco de mi generación con la misma (de)formación religiosa. Creo que
tantos años de beatería y de una religión llena de ritos y vacía de contenidos,
nos ha llevado al ateísmo o al agnosticismo y a algunos también a un fuerte
anticlericalismo.
Pero volviendo a la novela, tras esa primera parte
más descriptiva en la que el protagonismo es sobre todo del autor, tras el duro
capítulo en el que narra la muerte de su hermana Marta, la novela se va
centrando más y más en la figura del padre, en sus trabajos y en su activismo
social. A partir de ahí la novela va ganando en tensión y se va cargando de
emociones que se transmiten fácilmente al lector. Todo el tramo final resulta
así enormemente emotivo.
Sobre el libro dice muy acertadamente Ernesto Calabuig en su reseña en elcultural.com:
“La novela huye de dos grandes
peligros que podían echarla a pique: una equivocada combinación o distribución
de los muchos datos y anécdotas que la volviera aburrida y, sobre todo, el
carácter sentimental-edulcorado de una hagiografía paterna. En un equilibrio
que divide la obra casi en dos mitades exactas,…”
Desde luego se trata de una
magnífica lectura, de un libro que emociona en muchos momentos y que hace
reflexionar en otros. Para alguien de mi generación tiene además el valor
añadido de compartir muchas experiencias con el autor. Por cierto, hay una que
me ha parecido bien curiosa: por dos veces hace referencia Abad a que su padre
guardó para él la Historia del Arte
de Ernst Gombrich. Cuando hace unos meses regalé a una librería de viejo mis
libros de historia, guardé ese mismo libro pensando en que a mi hijo le pudiera
gustar en el futuro (ahora tiene 11 años).
Solo me queda recomendar su
lectura.
No he dicho en ningún momento que he tenido conocimiento del libro por un programa de radio en el que hablaban de la película que ha hecho Fernando Trueba con guion de David Trueba basado en este libro.
Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos.
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