miércoles, 15 de junio de 2022

Los inicios de una gran escritora francesa


Me reconozco un fan además bastante incondicional de esta escritora francesa. He sido capaz de leer un libro en el que comentaba las fotografías de cómo quedaba la ropa después de las relaciones amorosas con su amante, e incluso sus descripciones y reflexiones sobre la compra en el supermercado.

Hoy comento la que fue su primera publicación en 1973 y tengo que decir que me extraña que haya tardado tanto tiempo en traducirse. De hecho la inmensa mayoría de los libros que se han publicado en España se corresponden con lo que escribió en los noventa y, sobre todo, ya en este siglo; hay que tener en cuenta que Ernaux nació en 1940. Decía que me extrañaba este retraso porque me ha parecido uno de los mejores libros que he leído de ella.

A lo largo de sus algo más de 200 páginas, hace un repaso a la relación con su familia en su infancia y juventud en la que destaca la necesidad que va viendo, a medida que pasa el tiempo, de desclasarse, de salir de ese ambiente cerrado de la tienda de ultramarinos que regía su desordenada madre y de la bodega aledaña que llevaba su padre y en la que ella pasaba horas viendo cómo se emborrachaban los parroquianos y cómo, a veces, se dirigían no muy amablemente a ella.

En ese repaso se habla de cuando tenía 5 o 6 años, luego más o menos 13 y, finalmente, cuando empieza en la universidad. Además, como parte de ese desclasamiento, Denise, la protagonista (en este caso Ernaux no utiliza su nombre real), estudia en un colegio privado en el que sufre varias humillaciones por su origen social, humillaciones de las que se venga a través de la obtención de unas notas brillantes.

Sobre esa relación con sus padres pueden ser un buen ejemplo los siguientes fragmentos:

 

“Todo está sucio, mugriento, feo, vomitivo… Me voy a pillar todos los microbios. Es culpa suya si… me da igual lo que digan los profesores sobre los padres. Yo era un monstruo, una niña horrible, una perdida, en el fondo… Los odiaba a los dos, me habría gustado que fueran de otra manera, dignos, presentables en el mundo real.”. (p. 132)

 

“Era una cabrona, me avergonzaba… Cada vez más. No es verdad, no los odiaba, cuando iba a ese colegio monjil, pensaba en ellos, que se quedaban ahí, deslomándose, con sus cajas, sus cuentas, imágenes grises… Me enternecía… papá, mamá, los únicos que se preocupan realmente por mí, solo los tengo a ellos”. (p 138)

 

Aquí, como se ve por el final del segundo, hay un cierto arrepentimiento por la brutalidad del resto.

Ernaux no me gusta solo por lo que cuenta; también es muy importante el cómo lo hace. En los fragmentos reproducidos ya se puede apreciar parte de su estilo que la editorial resume muy bien en la contraportada cuando afirma que tiene: “Una escritura cruda, arrrojada al papel brutalmente, desprovista de cualquier autocensura. Frases aceradas, tensas, como escritas con urgencia para no olvidar, para no retroceder ante tanta verdad”.

Esta forma de escribir hace que llegue hasta lo más hondo de un lector que se deje llevar por lo que le están contando incluso, como pasa a veces en este libro, cuando hay una cierta reiteración de los sentimientos y emociones de la protagonista, alguien que expresa así una de sus ambivalencias:

 

“Expresión oral torpe a pesar de los buenos resultados, escribían las maestras en el boletín de notas… Llevo dentro de mí dos lenguajes, los puntitos negros de los libros, saltamontes locos y gráciles, junto a palabras grasas, gordas, contundentes, que penetran en el vientre, en la cabeza, que hacen llorar en la parte de arriba de la escalera sobre la caja de galletas o reír debajo del mostrador… “El padre, irritado, amonesta a su hijo”, dice la gramática, eso no tiene importancia, pero “¡la muy asquerosa ha vuelto a meter mano a los quesos de los clientes!”, y la tienda se ensombrece, y mi madre berrea….Las únicas cosas de verdad son esas, las que se sienten, también en la entrepierna”. (p. 91-92)

 (Todos los puntos suspensivos que hay en los fragmentos reproducidos están así en el original).

Además de la relación con su familia y también con alguna compañera del colegio, hay algo de sus primeros “amores”; de hecho el libro empieza y termina con un aborto.

Un libro magnífico que me ha dejado con ganas de volverlo a leer próximamente. Creo que no sería mala idea que Cabaret Voltaire,  la editorial que está publicando su obra, insistiese en traducir más textos de esa primera época. Puede que estén algo menos pulidos, pero demuestran la fuerza de esta escritora que no tiene problemas para contar los aspectos menos gratos de su vida.

Hay información sobre este libro y sobre la autora en un artículo de Pepa Blanes en cadenaser.com

 

Annie Ernaux, Los armarios vacíos. Traducción Lydia Vázquez Jiménez.

 

 

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