miércoles, 8 de junio de 2022

Unas memorias muy antropológicas.


No es la primera vez que leo antes las memorias de un escritor que alguna de sus obras de ficción. En este caso también han sido publicados ya alguna de sus novelas que, por cierto, son bastante voluminosas como, por otra parte, iban a ser estas memorias que fueron interrumpidas por la prematura muerte del autor. Este tenía previstos tres volúmenes que sumarían unas mil quinientas páginas y que cubrirían hasta su llegada a Estados Unidos en 1933. El volumen que ahora comento, el único que llegó a escribir, abarca sus primeros trece años de vida, en concreto hasta el año 1906.

Singer es reconocido como uno de los grandes escritores en yiddish, lengua de la que, por cierto, ha sido traducido este libro. Y, efectivamente, es un magnífico escritor y alguien capaz de narrar y transmitir muy bien sus experiencias y vivencias.

El libro es en gran medida un estudio antropológico de cómo vivían los judíos en las pequeñas comunidades de la Europa Oriental. El shtetl en el que nació y vivió era un pequeño poblado situado en la Polonia rusa y propiedad de un noble polaco.

El entorno familiar del autor es el del judaísmo ortodoxo. Su padre era rabino y también los eran sus dos abuelos. La única diferencia es que unos eran jasídim (movimiento en el que predomina el misticismo) y otros mitnagued (que priman el estudio del Talmud). Eso sí, tendencias que daban lugar a fuertes controversias y enfrentamientos. Resulta curioso ver cómo en una comunidad tan pequeña podía ya haber estas diferencias y estos debates.

El mundo que nos presenta es un mundo dominado por los ritos y las costumbres. Casi cualquier actividad estaba perfectamente protocolizada y solo había una forma de hacerla. Dejo estos dos ejemplos aparte de los muchos que se conocen normalmente:

 “Los jasídim acostumbraban a emplear en el amasado únicamente el agua recogida del arroyo después de la puesta de sol." (p. 54)

“Según la ley rabínica un matarife debería tener la mano firme, ya que de lo contrario la carne de la vaca o del ave que sacrificara sería considerada impura”. (p. 163)

Además de estos aspectos, Singer nos presenta una extensa y muy variada galería de personajes que hacen que la lectura sea más o menos interesante según lo sea el personaje del que nos cuenta la historia. A mí particularmente hay algunos que me han aburrido y otros que me han interesado como, por ejemplo, sus maestros.

Hay también alguna alusión, aunque muy superficial, a algunos progromos que se produjeron en la zona por esos años.

Hay también otros aspectos interesantes en el libro; por ejemplo, esta diferencia que se plantea en un juicio ante un rabino por los sueldos que se pagaban: 

"- ¿Dónde está la conciencia moral judía?- preguntaban. Ya no tenemos fuerzas para trabajar, y nuestras mujeres e hijos tampoco, y no ganamos lo suficiente para comer.

-   - A los cristianos les pago aún menos, rabino –afirmaba reb Yehoshua tranquilamente.

Mi abuelo señalaba la particularidad de los judíos.

-   - Reb Yehoshua, los cristianos poseen campos, no tienen la obligación de comer khóser, no pagan a un meláned para instruir a los hijos, no descansan durante el Sabbat… Estos judíos no pueden equipararse con los cristianos”. (p. 147)

En fin, un libro algo desigual en su interés, pero que deja con las ganas de leer alguna de las obras de ficción de Singer ya publicada por la misma editorial Acantilado.


Israel Yehoshua Singer, De un mundo que ya no está. Traducción Rhoda Henelde y Jacob Abecadís.

 

 

 

 

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