martes, 24 de noviembre de 2015

Un merecido premio Nobel




 
Tengo que agradecer a la Academia sueca la oportunidad que me ha dado de conocer a esta gran periodista y escritora gracias a la reciente concesión del Premio Nobel de Literatura. El libro se me había pasado totalmente y no había tenido ninguna referencia de él. Sinceramente, no lo entiendo. Me parece uno de los textos más hermosos, emocionantes, humanos e incluso interesantes de los que he leído en los últimos tiempos.
“Voces” porque el libro está compuesto efectivamente con las declaraciones de protagonistas que Alexievich ha ido recopilando a lo largo de veinte años que reproduce a partir de más de 40 monólogos y tres coros: de soldados, del pueblo y de niños. La autora solo se ha reservado una entrevista que se hace a sí misma.
No se trata de contar qué sucedió en el reactor sino de las repercusiones personales que tuvo en las gentes del lugar. Por sus páginas aparecen: soldados, cazadores, un operador de cine, un médico rural, maestros, periodistas, campesinos, un diputado, ingenieros, un historiador, un fotógrafo, un par de físicos nucleares, varios ancianos y niños,… Gentes que fueron evacuadas o que participaron en los primeros trabajos en el reactor o residentes en la zona contaminada o en la zona prohibida o huidos de la guerra de Tayikistán, eso sí, en su gran mayoría de nacionalidad bielorrusa.
Y esas voces hablan de sus sentimientos: miedo, odio, tristeza (el predominante), compasión, incomprensión, rechazo,… Al mismo tiempo y por lo que cuentan dejan ver claramente las mentiras, la manipulación, la ocultación, los secretos, las malas prácticas para combatir la radiactividad, la improvisación, el desconocimiento de lo  que pasaba y de sus consecuencias (enfermedad, muerte, nacimientos con deformaciones), en definitiva, la nula preparación que había para un fenómeno de esas características. En su inmensa mayoría el testimonio se da con los nombres y apellidos de sus autores.
Es un libro triste en muchísimos momentos, muy emocionante sobre todo en los monólogos con los que se abre y cierra el libro (este una historia de amor que me costaba leer) y también interesante para ver el sistema funcionando ya en sus momentos finales (gobernaba Gorbachov).
Muy importante en un trabajo de este tipo es el papel de la periodista lógicamente editando todos los monólogos, pero sin que se note su mano. No evita reproducir los fragmentos  más crudos como por ejemplo los dos siguientes que, curiosamente, corresponden a cada uno de los dos monólogos mencionados antes:
 
“Tenía el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En el hospital, los últimos dos días…Le levantaba la mano y el hueso se movía, le bailaba, se le había separado de la carne…Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba en sus propias vísceras.” (p.36)
“Los médicos me explicaron que si las metástasis hubieran atacado el exterior del organismo, habría muerto rápidamente, pero se extendieron por fuera. Por el cuerpo. Por la cara. Le empezó a crecer algo negro. No se sabe cómo, le desapareció la barbilla, despareció el cuello, la lengua se salió afuera. Se le reventaban los vasos, empezaron las hemorragias.” (p.398)
 
También es reveladora de muchas actitudes adoptadas en el momento la siguiente confesión:
 
“Respecto a su pregunta sobre por qué,  a pesar de saber lo que ocurría,  callábamos. ¿Por qué no salimos a la calle, por qué no alzamos la voz? Hacíamos informes, preparábamos documentos explicativos. Pero callábamos y nos sometíamos sin rechistar a las órdenes, por disciplina de partido. Soy comunista. No recuerdo que ninguno de nuestros trabajadores se negara a viajar a la zona. Y lo hacían no por miedo a que los expulsaran del Partido, sino por sus convicciones.” (p.282)
 
Para finalizar, dos frases lapidarias:
 
 “Esta es mi historia. Se la he contado. ¿Por qué me he hecho fotógrafo? Porque me faltaban palabras.” (p.331)
“Tomamos un salchichón, un huevo… Los pasamos por los rayos X: no eran alimentos, sino residuos radiactivos.” (p.281)
 
Un libro fundamental, sobrecogedor, revelador, asfixiante a veces pero que al mismo tiempo te congracia con una cierta humanidad; un texto que no deja indiferente. En todo caso, un libro que hay que ir leyendo poco a poco, en pequeñas dosis, tanto para disfrutarlo como para poder soportarlo.
Una autora a la que hay que seguir leyendo. De hecho ya tengo el segundo libro traducido y estoy a la espera del anunciado por la editorial Acantilado.
 
 
Svetlana Alexievich, Voces de Chernóbil

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