miércoles, 24 de octubre de 2018

Un tanto decepcionante



André Gide obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1947, es decir, veinte años después de este viaje y de la publicación de este libro. Tengo que reconocer que aunque conozco desde hace tiempo a este autor creo que solo he leído una novela corta y de ello hace años, pues a pesar del premio no es un escritor que me haya llamado la atención. Sin embargo, en la medida en que últimamente me estoy interesando por la literatura de viajes me gustó tanto el lugar como el nombre del autor.
Dice Constantino Bértolo en su extenso Prólogo: “Aún no hemos pisado el Congo y ya podría decirse que el autor ha mostrado todos sus triunfos: sensualidad, esteticismo, denuncia”.
Un ejemplo de lo segundo y varios de la denuncia:

“Ayer el sol poniente llenó el firmamento de rayos púrpura. Esta mañana, mientras escribo esto, el cielo está inefablemente puro; pero el aire, demasiado cargado de vapor para estar del todo límpido, despliega un velo de nácar azulado sobre los verdes oscuros de las selvas uy los verdes glaucos de las sabanas.” (p. 165)

“Contrata a los indígenas por 25 francos al mes, más un franco de “ración” cada sábado, sin darles comida ni alojamiento, por la explotación de un caucho que, por supuesto, no paga. Son “contratados voluntarios” que prefieren esta situación lamentable a las movilizaciones de la Administración.” (p. 259)

“De un extremo a otro del poblado, ni un solo indígena posee nada aparte de mujeres, un rebaño y tal vez algunos brazaletes o hierros de azagaya. Ningún objeto, ninguna prenda de ropa, ningún tejido, ningún mueble; pero, aunque tuvieran dinero, tampoco hay nada que comprar que despierte su deseo.” (p. 136)

“En las regiones que hemos atravesado solo había razas pisoteadas, no tanto viles, tal vez, sino envilecidas, esclavizadas, que no aspiraban sino al bienestar más burdo; tristes rebaños humanos sin pastor.” (p. 193)

“Es realmente lamentable encontrar en toda la colonia a niños tan atentos, tan deseosos de instruirse, en manos de profesores tan incapaces. ¿Si al menos les mandaran libros y material escolar apropiados! Pero ¿de qué sirve enseñar a los niños de esas regiones ecuatoriales que “las estufas de combustión lenta son muy peligrosas” o que “nuestros antepasados, los galos, vivían en cavernas”? “(p. 264)

He destacado estos fragmentos en los que Gide denuncia la situación de los indígenas y las malas prácticas tanto de las empresas como de la propia administración francesa, porque me parecen lo más interesante de un libro sobre todo por la época en la que se publicó y por el hecho de que lo hace un representante en aquellos momentos de cierta burguesía. (Parece ser que poco después se afilió durante unos años al Partido Comunista seguramente como consecuencia de lo que vio en el viaje).
Desde luego el libro no es solo eso sino que, muy al contrario, este aspecto supone  una pequeñísima parte de lo que cuenta Gide ya que, volviendo al texto del Prólogo:

“Con extrema sabiduría narrativa, el narrador alterna sus jugadas: cuerpos bellos, afectos de la piel, ternuras un tanto paternalistas se entremezclan con descripciones de brillante exactitud de ríos, danzas, colinas, chozas, juegos para contraste con los momentos en que la piedad del europeo culto se exalta ante la brutalidad asumida por los explotadores y sus capataces.” (p. 21)

Estas descripciones componen el núcleo del relato y es lo que convierte el libro en un texto bastante aburrido en muchos momentos. Gide es totalmente prolijo en esas descripciones y, sin embargo, yo salgo con la sensación de que no he sabido bien cuál ha sido su recorrido (los dos mapas que acompañan la edición son manifiestamente mejorables), ni tampoco he aprendido demasiadas cosas sobre la vida de los indígenas más allá de algunas generalidades y múltiples  descripciones sobre sus viviendas, ni tan siquiera he sido capaz de comprender esos pasos de la selva a la sabana de forma tan abrupta.
Quizá tenga todo esto que ver con la interpretación que hace Bértolo sobre el carácter del libro:

“Trata entonces, y muy especialmente en las obras que construye como diarios –y un diario es Viaje al Congo-, de dejarse llevar por la espontaneidad, intentando una vez más huir de sí mismo o planteándose incluso la conveniencia de “no hacer estilo”, por más que acabe aceptando que lo espontáneo en literatura es más un logro a conquistar que un propósito de la mera voluntad.”  (p. 14)

El propio Gide  lo confirma cuando afirma: “y yo escribo a vuelapluma” (p 129)

Esa escritura quizá le lleva a contarnos casi a diario el calor, la humedad, el sudor, la lluvia, los mosquitos, los árboles, las mariposas que logra o que persigue, la presencia o ausencia de mandioca para los porteadores etc., cosas que pueden ser interesantes en general, pero que resultan demasiado redundantes.
Como resumen diría que se trata de un libro con cierto interés en alguna de sus partes, pero que, al mismo tiempo, se hace monótono y reiterativo de lo que seguramente tiene la culpa el hecho de estar elaborado en forma de diario.
No obstante habrá que seguir buscando en el catálogo  de Península porque es una editorial que está publicando magníficos libros de reportajes y de viajes.


André Gide, Viaje al Congo. Traducción Palmira Feixas

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