martes, 16 de octubre de 2018

Realismo sucio sin piedad



En esta edición se han reunido tres libros de relatos publicados en los años noventa del siglo pasado durante la época de crisis del llamado “período especial” que atravesó Cuba, ya que a raíz de la desaparición de la URSS, desapareció también la ayuda que de allí recibían sobre todo el petróleo barato.
Ya lo anuncia el autor desde el título porque se trata de un buen exponente de lo que por entonces se denominaba “dirty realism” o realismo sucio. Describe con todo lujo de detalles el hambre, la miseria, el deterioro de la vivienda, la falta de trabajo o los trabajos ilegales, el sexo como salida un tanto desesperada a veces, etc.
Un ejemplo de los muchísimos que se podrían poner:

“Y en el baño la mierda llega al techo. En ese baño cagan, mean y se bañan todos los días no menos de doscientas personas. Siempre hay cola. Aunque te estés cagando tienes que hacerla. Mucha gente, yo entre ellos, nunca hacemos cola: cago en un papel y lanzo el bulto de mierda a la azotea del edificio de al lado, que es más bajo. O a la calle. Da igual.” (p. 81)

Porque el propio Pedro Juan, nombre también del protagonista de la mayor parte de los relatos que, lógicamente, tienen una fuerte carga autobiográfica, lo afirma  en diferentes momentos:

“Esto es un simple crimen pasional. Como en cualquier lugar. Pero aquí no se publica en la prensa porque hace treinta y cinco años que no conviene hablar de nada desagradable ni preocupante en los periódicos.
(…)
Por eso yo estaba tan desilusionado con el periodismo y comencé a escribir unos relatos muy crudos.” (p. 85)

“No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo delicioso. (…) El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.” (p. 104)

Sexo, mariguana, ron, hambre, más sexo, y otra vez sexo y ron, y trabajos como basurero o compra-venta de productos del campo para sacar cuatro pesos o recoger latas para, una vez quitada la tapa, venderlas para que pongan helados o simplemente de chulo de alguna jinetera. Y siempre habitando en infraviviendas en terrazas “okupadas” en las que van “construyendo” habitaciones con las consecuencias sobre los baños vistas en un texto reproducido antes.
Todo ello expresado con un lenguaje muy cuidado y certero que reproduce el habla popular en sus  magníficos diálogos.
Resulta interesante que, a pesar de lo dicho, no hay una crítica directa ni explícita del régimen más allá de algún breve fragmento como puede ser el siguiente:

“El país entró en crisis en los noventa y el tipo, encima de todos sus problemas, se buscó uno más: se metió en un grupo defensor de los derechos humanos. Lo arrinconaron contra la pared. A cada rato, con cualquier pretexto, lo encerraban unos días en la cárcel junto con los delincuentes.” (p. 93)

Sin embargo, insisto, en las 356 páginas que tiene el libro no se hace esa crítica ni se habla de ninguna alternativa. Claro que las situaciones que describe ya son lo bastante elocuentes.
Una curiosidad personal. Este libro ya lo había leído hace muchos años, pero no lo tenía porque lo dejé en la calle a través de BookCrossing ya que no me había gustado. (Debo esta información a la buena memoria de mi mujer.) Sin embargo, esta vez sí me ha gustado la lectura sobre todo porque, entre libro y libro de los tres que lo componen, he leído otras cosas ya que si no puede resultar un tanto agobiante por lo reiterativo y lo explícito de las múltiples escenas de sexo.
Lo recomiendo con las salvedades hechas.
Hay dos buenas reseñas: la de Juan Antonio Masoliver en revistadelibros.com y la de María Fernanda Rozas en loqueleímos.com.

Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía sucia de La Habana

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