viernes, 3 de febrero de 2023

Alemania en 1946


Estamos ante un libro realmente espectacular, ante un verdadero alegato contra lo que supone una guerra, pero sobre todo contra lo que puede pasar en una posguerra. Dagerman fue enviado por un periódico sueco en el otoño de 1946 para informar sobre la situación en Alemania, y los diferentes capítulos de este libro son el resultado de los artículos que escribió. Por cierto, un libro de solo 117 páginas, pero en las que cada línea tiene una importancia capital.

Comienza el autor, en lo que parece un prólogo, hablando de la importancia del hambre con fragmentos como:

 

“(…) es un chantaje analizar la posición política del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre” (p. 14) 

“En resumen, la situación en la que el visitante encontró al pueblo alemán en ese otoño de 1946 hacía que fuera moralmente imposible sacar conclusiones de sus opiniones ideológicas. El hambre es una forma de trastorno, no solo un estado físico sino también psíquico, que no deja lugar para los pensamientos coherentes.” (p. 17)

 

Con ello buscaba que se entendiese que lo prioritario era el hambre y no las elecciones que se iban a realizar enseguida. 

En los diferentes artículos se apoya en una serie de personajes: una secretaria, un abogado, un  soldado, un escritor, una maestra polaca, un militante comunista, etc. de los que no aparece el nombre, pero que le ayudan en los diferentes temas que aborda desde la destrucción física a los procesos de desnazificación pasando por los cambios en la moral e incluso la posibilidad de una revolución al acabar la guerra.

Se habla de una nueva moral en la que el robo, el mercado negro o la prostitución son defendidas al convertirse en los únicos medios de supervivencia.

También aparecen unos procesos de desnazificación que se han convertido en un espectáculo al que acude la gente porque es más barato que ir al teatro. Procesos, por cierto, en los que a veces se quita la vivienda al inculpado para otorgársela a quien no apoyó al régimen que, en la mayoría de los casos, no dispone del dinero para adquirirla por lo que acaba en manos de gente que se enriqueció durante y gracias a la guerra.

Para la elaboración de los artículos Dagerman visitó entre otros lugares: Berlín, Hamburgo, Munich, Colonia y pequeñas aldeas; y se desplazó en los trenes abarrotados en los que llegaban a ir veinticinco personas en compartimentos de ocho.

Plantea una serie de conflictos existentes. Así: campo/ciudad, pobres/menos pobres, refugiados/autóctonos y el generacional. Y muestra los lugares en los que vive la gente debido a la enorme destrucción, lugares como: trenes, sótanos, lavabos de una escuela, búnkeres, celdas de cárceles abandonadas, etc.

Como decía antes, no hay una línea que sobre. Dagerman describe primero con gran precisión y con los detalles justos lo que ve; luego analiza y valora. Es muy crítico con todo y con todos incluyendo lógicamente a las potencias ocupantes. Muestra la desolación y la miseria física y humana que va encontrando. No se casa con nadie. Un buen ejemplo es el siguiente fragmento:

  

“Puede ser que sepan que todo empezó en Coventry, pero no estaban allí. Estaban en Hamburgo, en Berlín, en Hannover y en Essen, y fue allí donde vivieron tres años de angustia y con miedo diario a la muerte. Se debe deplorar esa falta de remordimientos, no hace falta comprenderla, pero conviene no olvidar que los sufrimientos vividos en carne propia entorpecen la comprensión de los sufrimientos de los demás” (p. 32)

 

Y en el último artículo, cuando ya se vuelve para Suecia, deja este resumen:

 

“(…) mientras las luces de Fráncfort se apagan en un cielo oscuro y el avión sueco se eleva por encima del sufrimiento alemán a una velocidad de 300 Km/h, un pensamiento más que cualquier otro se apodera del viajero: ¿cómo sería tener que quedarse, tener que pasar hambre todos los días, tener que dormir en sótanos, tener que luchar en todo momento contra la tentación de robar, tener que tiritar siempre de frío, tener que sobrevivir constantemente a las peores experiencias? Y este viajero se acuerda de la gente que ha encontrado y que tiene que vivir con todo eso.” (p. 109-110)

 

Por lo dicho, es evidente que es un libro absolutamente recomendable y, como dice Carlos Andia en su completa y buena reseña en unlibroaldia.blogspot.com, “casi imprescindible”.

Desde luego quien haya leído el Hiroshima de John Hersey no se puede perder este Otoño alemán. Puede haber libros igual de buenos sobre los efectos de la guerra, pero dudo que los haya mejores.

Cuenta, además, con una magnífica y muy cuidada edición.

 

 

Stig Dagerman, Otoño alemán. Traducción José María Caba.

 

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