jueves, 24 de agosto de 2017

Pequeña gran obra


De esta novela de apenas 165 páginas leí  en muy poco tiempo muchas referencias y todas ellas algo más que positivas. No exageraban. Es uno de esos libros que se leen y se disfrutan de una manera especial; uno de esos libros ante los que uno se da cuenta de que está delante de literatura con mayúsculas.
En devoradoradelibros.com, un blog donde se hacen magníficos comentarios literarios,   se puede leer lo siguiente:

“(…) con este libro consiguió lo que solo los maestros logran: escribir una obra redonda, con la fuerza de un pequeño clásico y la precisión que solo está al alcance de los narradores más dotados. Dicen que la primera frase resulta fundamental, que debe condensar el alma de la novela, seducir al lector y no soltarlo. Esta, sin duda, lo logra, pero eso no es lo mejor de Agua salada. No: lo mejor es que la última frase, ciento sesenta páginas después, es tan implacable o más que la primera.” (Esa primera frase que menciona es: “En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó.”)

Desconozco la novela de Turguénev, Primer amor, en la que se inspira o versiona según quien lo diga, pero creo que será interesante poder leerla porque, al contrario de lo que sucede en el cine,  no es algo que resulte muy habitual en la literatura.
A mí en algunos momentos por el ambiente y algunas escenas me ha traído a la memoria aquella famosa película de principios de los setenta  Verano del 42 y, desde luego, no me extraña que se haya comparado a Simmons con Salinger.
Simmons consigue unos personajes redondos aunque tengan breves apariciones y un protagonista verdaderamente especial. Todos actúan de una forma que parece totalmente natural dando la impresión de que la historia estuviese sucediendo ahí mismo, delante de nosotros, pero como dice José María Guelbenzu en su reseña en elpais.com:

Esta naturalidad, que más parece un don que fruto de un trabajo laborioso, es un trabajo verdaderamente laborioso. La elaboración literaria apenas se percibe, aunque un lector exigente en seguida se percata de que tras la apariencia de serenidad narrativa se esconde una sabiduría de lo indispensable, ese saber contar con absoluta precisión lo indispensable para atrapar la imaginación del lector —­no olvidemos que el lector lee con la imaginación— y dejar que, entonces, se cobre vida la historia y se propague en el imaginario del lector lo que verdaderamente le está contando: la lucha entre fascinación y egoísmo del primer amor.”

He aprovechado los comentarios de dos auténticos especialistas porque me daba miedo quedarme demasiado corto en la valoración de esta espléndida novela que será, seguramente, una de las grandes del año.
Libro absolutamente recomendable que constituye otro acierto de Errata Naturae, una de las mejores editoriales del momento.

Charles Simmons, Agua salada. Traducción Regina López Muñoz

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