No era lector de este
tipo de libros sobre juicios, pero cuando leí V13. Crónica judicial, el
que Emmanuel Carrère dedicó al juicio sobre los atentados en parís de 2015, se
me abrieron las puertas a interesarme también por estos temas. Por eso, al
escuchar un día por la radio una entrevista con Villaécija sobre su libro me
pareció que valía la pena.
Desde luego no me ha
defraudado porque a lo largo de las 300 páginas y los 14 capítulos del libro,
la autora hace un análisis casi exhaustivo del juicio del caso Pelicot.
El simple enunciado del
título de algunos capítulos puede dar una idea de cómo ha organizado la autora
la información. Así: El marido y padre perfecto; Gisèle; La abogada
del diablo; Las no violaciones, los no violadores; El fenómeno
Gisèle o La sentencia.
Esta amplísima crónica se nutre de un conjunto muy amplio de informaciones y de bastantes reflexiones en las que Villaécija deja constancia de cómo puede llegar a afectar un trabajo como este. Reproduzco a continuación la que me parece la más dura y problemática.
“Dejé de temer a los hombres con capucha o a cruzarme con un desconocido en una calle apartada de noche. Empecé a tener miedo al conocido, al amigo o al vecino, a la propia pareja o a las potenciales parejas”. (p. 283)
Creo que una afirmación como esta es muy significativa
de qué pudo pasar y qué pudo llegar a verse y escucharse en la sala del
tribunal del juzgado de Aviñón.
La autora trabajaba como corresponsal en París del
diario El Mundo y decidió dedicar los cuatro meses que duró el juicio a
contarlo con todo lo que suponía de traslados, incomodidades, horas de trabajo,
etc. Parece que, al menos hasta ahora, no se ha arrepentido de ello.
En el libro, como se puede uno imaginar, hay
informaciones de todo tipo: desde reproducciones de fragmentos de algunos
interrogatorios, a perfiles psicológicos de algunos acusados, pasando por el
día a día de los periodistas que, a quienes como es mi caso les interese cómo
funciona esa profesión, les gustará especialmente, así como también la
participación como testigos de personas del círculo familiar de los acusados y,
evidentemente, mucho más como, por ejemplo, las reflexiones que antes he
mencionado.
En ese día a día me ha llamado poderosamente la
atención el hecho de que muchos de los acusados, los que no estaban detenidos, se
movían con total libertad entre la gente tanto en los bares, restaurantes o
puertas donde fumaban, hasta el punto de que a veces la misma Gisèle salía en
el mismo momento y por la misma puerta que ellos.
Son muchas las cosas que se pueden contar del
contenido del libro, pero considero que no es necesario. Creo que con lo dicho
es suficiente para despertar el interés.
A mí tengo que reconocer que es un texto que me ha impactado, y aún más después de leer lo que Villaécija dice en lo que antes transcribí, porque después de 300 páginas sigo sin ser capaz de comprender cómo, creo que excepto uno, los que acudían a la cita con Dominique para violar a su mujer tumbada en una cama en estado de letargo en una habitación en penumbra, no salían huyendo. Como tampoco puedo entender cosas como lo que se dice en el siguiente fragmento:
“El abogado de la defensa insistió con su argumento:
“Esto que dice puede llevar a una incomprensión, porque hay violaciones y
violaciones sin intención de cometerlas”.
(…) a menudo, parte de la defensa mostraba una falta de empatía hacia la víctima, incluso cierta agresividad.” (p. 124-125)
Y eso que el gremio de los abogados no es de los que
goza de mi estima ni siquiera de mi mayor respeto.
Un libro que me parece muy útil para “que la vergüenza
cambie de bando” que era lo que quería Gisèle Pelicot cuando decidió solicitar
que el juicio fuera público a pesar de las escenas que se iban a visionar.
Por otra parte, el libro está muy bien escrito,
narrado con mucha agilidad y con la información organizada de una manera muy
útil para conocer los diferentes aspectos.
Raquel Villaécija, La
vergüenza. Crónica del juicio del caso Pelicot.
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