martes, 19 de febrero de 2019

Un libro que se hace demasiado corto




Siguiendo con la recuperación que estoy haciendo con la obra de esta escritora argentina, le toca el turno a esta peculiar “novela” publicada en 2013.
Recoge Piñeiro una cita del magnífico libro Léxico familiar de Natalia Ginzburg en el que entre otras cosas dice: “Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela, es decir, sin pedir más, pero tampoco menos, de lo que una novela puede ofrecer.” (p. 9)
Así que ya en el inicio del libro queda clara la intención de la autora, y además en el Epílogo la propia Piñeiro insiste en el tema en un fragmento que reproduzco porque me parece también  bastante significativo de la idea de la escritora sobre la novela en general:

“Pero además de la distorsión que provoca la evocación después de tantos años, está la ficción. Parte de lo que cuento en este libro sucedió y parte no. La ficción nos permite mejorar o empeora la realidad según nos convenga. Mejorar para tolerarla; empeorar para que tenga tensión dramática. La vida, a veces, no la tiene. Los novelistas mentimos, pero la novela es lo más real que tenemos, no sé si para entender el mundo pero al menos para sentir que el mundo no nos engaña como quisiera.” (p. 193)

Estas citas me sirven para justificar la expresión de peculiar “novela”. Desde luego yo lo he leído como si se tratara de una memorias totalmente reales o, por decirlo mejor, no tanto unas memorias como un conjunto de recuerdos de la época de la niñez de la autora en su Burzaco natal; un lugar del conurbano bonaerense hacia el que seguía el ferrocarril, aun sin electrificar, cuando me apeaba en la estación de Temperley, cuando yo viajaba por la zona. (Y hablo de unos quince años después del tiempo en el que se desarrolla la novela que es a mitad de los setenta).
El libro está dividido en dos partes bien diferentes. En la primera se cuenta la historia propiamente dicha y de vez en cuando aparece una referencia a lo que se cuenta en la segunda, Cajas chinas, en la que se dan informaciones sobre la situación política, alguna aclaración sobre la llegada a Argentina desde España de algunos familiares y varias fotos tanto del padre como de la propia autora. Esta segunda parte convine leerla tal y como aparece referenciada porque resulta útil y, en algunos aspectos, clarificadora.
Hasta aquí lo que puedo decir sobre el contenido de un libro que, como es habitual en esta autora, no solo está muy bien escrito sino que rezuma sensibilidad, cercanía y una gran credibilidad.
En el Epílogo ya mencionado Piñeiro aclara algunas cosas que sí han sido inventadas. No creo que esté entre ellas lo que se dice en el siguiente fragmento:

“Alguna vez le pregunté a mi madre si de verdad mi padre era comunista, ella me contestó: “Dejalo que se lo crea”. Y él no sólo se lo creía, sino que además nos lo recordaba cada vez que podía. Un comunista declarado, enfático, pero no practicante, la opción más absurda: correr los riesgos de decirlo sin haber hecho ningún acto heroico que justificase estar en peligro. Ni siquiera pegar un póster en la pared. Un comunista en calzoncillos.” (p. 88)

Un libro con el que he disfrutado mucho y que me hubiese gustado que fuese mucho más extenso –la primera parte tiene apenas algo más de cien páginas-.
Hay una interesante entrevista de Benito Garrido con la autora en culturamas.es.

Claudia Piñeiro. Un comunista en calzoncillos


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