jueves, 24 de diciembre de 2020

Releyendo




 En esta nueva política de relectura que me he marcado, es lógico que sea este uno de los primeros libros que releo. Siento por el autor una especial debilidad porque, excepto El reino, todos sus libros me han gustado mucho. El que ahora comento es algo más, es uno de esos libros que marcan al lector y que incluso alguien tan desmemoriado como yo recuerda durante mucho tiempo.

Desde luego, ha sido un acierto terminar un año tan complicado con esta lectura.

Lo leí hace más de siete años y voy a reproducir el comentario que publiqué en el blog:

“En las setenta primeras páginas, una fuerte sensación de angustia; en las cincuenta últimas, un nudo en la garganta; en medio, un gran interés por conocer cómo trabajan algunos jueces en Francia. Otra vez una obra inclasificable de este autor.

Hace un par de semanas comentaba El adversario, novela-documento-reportaje, y lo que me había gustado. Ahora, otra vez ¿novela-documento?, en cualquier caso vida, contada sin tapujos, pero también sin concesiones al morbo; y muerte y enfermedad y amistad y amor.

Un libro inolvidable, diferente, dirigido a la mente y al espíritu. Desgarrador, conmovedor. No dejará indiferente a nadie, creo.

De la contraportada: “En un libro sobrecogedor…”, “El lector es arrastrado como por una enorme ola y depositado, al final del libro, emocionado, conmocionado, cambiado.” ”Una novela de la conciencia…”

Carrére cuenta dos historias de muerte reales de las que, en un corto espacio de tiempo, fue testigo. La forma de contarlas es lo importante con esa sensibilidad y esa capacidad para absorber al lector y no dejarle respirar.

Además, y como decía antes, me he enterado de una par de cosas muy interesantes sobre la actitud de algunos jueces en temas como la quiebra comercial y la comisión de sobreendeudamiento en los que utilizan todas las armas legales para favorecer a los desfavorecidos.

En fin, algo más que recomendable; imprescindible.”

Hoy no se me ocurre nada mejor que decir. No obstante, esta vez me he fijado en un par de momentos en los que Carrère demuestra que no solo es un buen escritor dotado, además, de una gran sensibilidad, sino que también es un escritor sincero. Reproduzco dos fragmentos que lo muestran:

“Soy ambicioso, inquieto, necesito creer que lo que escribo es excepcional, que será admirado, me exalto creyéndolo y me derrumbo cuando dejo de creerlo”. (p. 176)

"Me sentía brillante, importante, y aquella semicuñada cancerosa en su casita perdida en un pueblucho de provincias me daba pena, por supuesto, pero estaba lejos. Aquella vida que se apagaba no tenía nada que ver con la mía, en la que todo parecía abrirse, desplegarse. Lo que más me fastidiaba era que aquello socavaba a Hélène y reprimía un poco –muy poco,  a decir verdad- el impulso de dar rienda suelta a la euforia ligeramente megalómana que me invadió durante toda aquella primavera”. (p. 62)

(Hélène era su compañera en ese momento)

Si creo que toda la obra de Carrère es muy recomendable, este libro lo considero el más logrado y representativo del autor.

Hay una buena reseña, hecha en el momento de su publicación, de Francesc Bon en unlibrooaldia.blogspot.com.

 

Emmanuel Carrère, De vidas ajenas. Traducción Jaime Zulaika.

 

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