Hace apenas dos meses leí por primera vez un libro
de la autora a pesar de que todos los traducidos están en casa. Era Nada se opone a la noche. Me pareció
magnífico y un gran descubrimiento. Por eso ya estoy comentando otro que
también me ha parece muy bueno y, por las razones que luego comentaré,
especialmente interesante y, de alguna manera, duro de leer.
La historia es muy sencilla: Michka, una señora
mayor, vive sola en su casa donde solo la visita su vecina, Marie, una joven
que está embarazada. En un momento determinado esta se da cuenta de que Micka está
perdiendo facultades y plantea ingresarla en una residencia. Allí recibirá
tratamiento de Jérôme, un logopeda que trabajará los problemas de afasia de
Micka.
De Vigan cuenta esta historia alternando capítulos
en los que Marie y Jérôme son los narradores. De Vigan utiliza un lenguaje muy
directo, con muchos diálogos y demostrando que sabe muy bien de lo que escribe,
claro que, después de leer el libro que he mencionado antes, esto no resulta
sorprendente.
¿Por qué me ha parecido especialmente interesante?
Incluso me atrevería a decir: ¿por qué me ha impactado tanto? Los tres últimos
años de la vida de mi madre estuvo ingresada en una residencia hasta su
fallecimiento en 2015 con 100 años cumplidos. La visitaba uno o dos días a la
semana. Por eso lo que cuenta De Vigan me llega a producir hasta dolor por
diversas razones que, lógicamente, no proceden en este comentario. Pequeños detalles como el
del siguiente fragmento son muy significativos de una forma de trato:
“Al cabo de unos minutos entra una mujer a traerle
la merienda. Un zumito de manzana con
una pajita y un pastelito envuelto en un plastiquito”.
(p. 31)
Por otra parte, hace un mes que cumplí los 74 años y
tengo que reconocer que fragmentos como el que ahora reproduciré duelen por lo
certeros para el hoy y un previsible mañana; encima en el mejor de los casos
“Envejecer es aprender a perder.
Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo
déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro. Así es como yo lo veo. (Es Jérôme el que habla)
Y ya no hay nada en la columna de las ganancias.
Un día ya no puedes correr, ni caminar, ni
inclinarte, ni agacharte, ni levantarte, ni estirarte, ni encorvarte, ni darte
la vuelta de un lado, ni del otro, ni hacia delante, ni hacia atrás, ni por la
mañana, ni por la noche, ni nada de nada. Solo puedes conformarte, una y otra
vez.
Perder la memoria, perder los referentes, perder las
palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del tiempo, perder el sueño,
perder el oído, perder la chaveta”. (p. 129)
Queda claro, ¿no?
Después de estas “confesiones” solo me queda
recomendar a quien quiera saber más de esta novela que lea la magnífica reseña
de Beatriz Garza en unlibroaldia.blogspot.com. Y también, por supuesto, que
lean a esta escritora francesa: es muy buena.
Delphine de Vigan, Las gratitudes. Traducción Pablo Martín Sánchez.
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