miércoles, 12 de agosto de 2015

Reflexiones desde la madurez



 
A estas alturas de su vida, nació en 1929,  Enzensberger se puede permitir unas reflexiones como las que deja en este, por otro lado, interesante, entretenido y ocurrente libro.
Toca todos los temas que le viene en gana y con muy diverso estilo yendo de la ironía al escepticismo, pasando por la crítica más o menos dura. Utiliza para ello a un tal señor Z. (¿será por la letra de su apellido?) que hace las reflexiones en la calle ante un grupo de gentes que se acerca para escucharle y, en general, seguirle la corriente.
El dinero, la universidad, la indignación, el diseño, el sueño, la civilización americana, la energía, la cosmonáutica tripulada, la corrección política, la democracia, los derechos humanos, la vejez, las reseñas, o el cuarto de baño, son algunos de los muchos temas sobre los que Z. da su opinión que es recogida por alguno de los oyentes.
Como se ve, unos temas  son más llamativos que otros y lo mismo pasa con la reflexión que hace sobre ellos que resulta más o menos interesante y con la que se puede estar o no de acuerdo, pero siempre es bueno que alguien con la experiencia vital e intelectual del  autor se ponga  a hablar sobre todo lo divino y humano.
Hasta ahora había leído otros dos libros suyos, ambos magníficos: El corto verano de la anarquía y Hammerstein o el tesón.  Creo que tendré que leer alguno más pues hay por ahí una Guía para idiotas y un En el laberinto de la inteligencia, cuyos títulos prometen.
 
Dos muestras de alguna de sus reflexiones:
 
“Deberíamos leer menos, afirmó Z. con mal humor. A su modo de ver, leer era una mala costumbre, tan perjudicial para la salud como el tabaco. “Si me hubiera dedicado a pensar en lugar de hojear libros o incluso periódicos”, prosiguió, “probablemente me hubiera vuelto más inteligente.”” (p.20)
 
“Quizá lo que deberíamos hacer es sencillamente abandonarlos a su  riqueza, a esos imbéciles que necesitan a toda costa poseer el yate más gran del puerto.” (p.61)
 
H. M. Enzensberger, Reflexiones del señor Z. o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes.

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