viernes, 14 de abril de 2017

Sigo disfrutando con Natalia Ginzburg



Desde que hace poco descubrí la obra de Ginzburg, no dejo pasar mucho tiempo sin leer alguno de sus libros. Ya tengo varios en el estante de pendientes de lectura sabiendo que me proporcionarán momentos muy gratificantes, pero también que hay que dosificarlos.
Este que ahora comento, escrito en 1973, vuelve a ser una lectura muy adictiva. Con su prosa sencilla, pero tremendamente eficaz nos va mostrando un conjunto de relaciones familiares frustradas en su mayoría y unos personajes que difícilmente logran salir de la soledad.
Dos fragmentos lo pueden ejemplificar muy bien:

“No es que el dinero te vaya a resolver nada estando como estás sola, despistada, vagabunda y a la deriva. Pero todos nosotros en alguna zona de nuestro ser andamos algo desorientados y a la deriva y nos sentimos a veces fuertemente atraídos por el vagabundeo y por el deseo de no respirar otra cosa más que la propia soledad.” (p. 190)

“Se encuentra en una situación desesperada, sin encontrar un sitio para vivir y sin tener nada en el mundo, excepto un quimono negro con girasoles, un  abrigo de visón y un niño. Pero tengo la impresión de que todos nos las arreglamos con un arte especial para meternos en callejones sin salida, de los que nadie va a ser capaz de sacarnos, y que no nos permiten andar ni para adelante ni para atrás.” (p. 164)

Es una novela construida en lo fundamental a base de la correspondencia entre varios miembros de la familia a partir de la marcha de Miguel, el único hijo varón, a Inglaterra, pero también hay otros pasajes en los que la narradora nos pone en situación y describe otras situaciones.
No solo no hay personajes felices, es que ni tan siquiera parece que puedan acercarse a serlo. Por ejemplo, Miguel conoce a una norteamericana en Inglaterra y se casa con ella, pero un amigo le escribe a la hermana:

“A los ocho días de casados, el matrimonio ya se había hecho polvo. Durante ocho días, parece ser que fueron felices.” (p. 213-214)

Sin embargo, no es una novela dura o que muestre conflictos y enfrentamientos irresolubles; es un retrato de la vida de unas personas desde la cotidianidad más normal.
La grandeza de esta escritora creo que la resume muy bien la frase de Elena Hevia en El Periódico que la editorial ha puesto en la faja que acompaña a esta edición:

“Es difícil hacerse con el secreto de la prodigiosa prosa de esta mujer. Sus textos funcionan a base de acumulación, como una letanía. Y de pronto, se produce el milagro, en la sencillez se abre el abismo, el lector cae dentro de la herida abierta, sorprendido, conmovido.”

Libro absolutamente recomendable como cualquiera de los de esta gran escritora. Además, cuenta con la traducción nada menos que de Carmen Martín Gaite.
Hay una buena reseña en unlibroaldia.blogspot.com



Natalia Ginzburg, Querido Miguel. Traducción Carmen Martín Gaite.

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