lunes, 19 de agosto de 2019

Otro buen escritor argentino



Hace tiempo que tengo pendiente la compra y lectura de El viajero del siglo de este escritor, pero siempre que lo he visto me ha echado un poco para atrás pensar en su posible complejidad. Así que aprovecho para conocer al autor con este su último libro que me han regalado, y luego ya veré lo que hago con el otro que, por cierto, acaban de reeditar.
Esta Fractura es una magnífica novela en su conjunto aunque, al tratarse de un texto de casi 500 páginas, hay algunos momentos en que desfallece un poco como dice Carlos Zanón en su reseña para elpais.com:

“La novela, con todo, a pesar de su ambición y los logros mencionados, es una maquinaria que, cuando la cuerda se destensa, se para cada cierto tiempo. Sucede cuando lo narrado no tiene intencionalidad literaria sino sólo informativa, aportando datos y reflexiones sensatas, ciertas pero irrelevantes si son servidas sin espátula de autor.”

Más adelante pondré algunos ejemplos de estas digresiones.
El libro cuenta la historia de Yoshie Watanabe, un japonés que siendo niño estaba en Hiroshima cuando estalló la bomba y allí perdió a su padre; luego tenía que ir a Nagasaki que era donde realmente vivía, pero perdió el tren y no sufrió por tanto la explosión de la otra bomba que acabó con el resto de su familia. Al final se crio con unos tíos. Estudió Economía y vivió en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid, para finalmente regresar a Japón donde estaba cuando  sucedió el tsunami que provocó los problemas en la central nuclear de Fukushima.
La forma de narrar esta historia tiene su interés pues, por un lado, hay una narración en tercera persona para todo lo referente al tema nuclear tanto la bomba como el accidente de la central y, por otra parte, cuatro mujeres que convivieron con el protagonista en cada uno de los cuatro países en los que vivió, cuentan aspectos de esa relación y nos van mostrando cómo era el personaje. Son precisamente estas mujeres las que van a introducir esos elementos más informativos que, en algunos momentos, rompen algo el ritmo de la historia. Informaciones muy variadas, así: Vichy y las detenciones de judíos en la Francia ocupada, la guerra de Vietnam o los derechos civiles en Estados Unidos (al ser su mujer periodista es quizá donde más información se da), Chernóbil o las desapariciones en Argentina.
No obstante, los cuatro capítulos narrados por sus mujeres son muy útiles para la comprensión del personaje, si bien donde la novela alcanza sus mejores momentos es cuando vemos a Watanabe recordando su pasado y, sobre todo, en las páginas que recogen su viaje a Fukushima que me ha recordado en varios momentos el libro sobre Chernóbil de Svetlana Alexievich.
Me ha parecido muy duro leer cosas como que:

“Los supervivientes con secuelas visibles eran discriminados también por sus compatriotas. A menudo los consideraban apestados, condenados a una descendencia radiactiva o, simplemente, demasiado horribles. Las marcas en la cara suponían un obstáculo a la hora de encontrar amigos, pareja, trabajo. Inspiraban menos compasión que vergüenza. Ese, piensa, fue el otro bombardeo. Día tras día. Un hibakusha no era por entonces un héroe nacional, sino un paria.
(…)
Las autoridades tardaron doce años en ofrecerles asistencia médica específica, junto con otras ayudas de carácter estatal. Por supuesto, para buena parte de ellos era tarde.“ (p. 266-267)

No tenía esta idea y me parece muy significativo de cómo pueden llegar a ser de maltratados por el poder los que ya lo han sido por las circunstancias. Me ha recordado que en uno de los últimos libros he leído que los rusos que trabajaron como esclavos en fábricas de la Alemania nazi, al ser liberados eran llevados a campos de concentración por colaboracionistas al no haberse opuesto.
Reproduzco a continuación dos fragmentos que me parecen muy interesantes de alguna de las digresiones que mencionaba antes; por supuesto, hay muchos más y eso es quizá lo que rompe un tanto el hilo como hemos visto que apunta Zanón en su comentario.

“Después se fabrican también los relatos sedantes. El Holocausto fue inhumano. La bomba fue un error (eso me contó Yoshie que dice un monumento en Hiroshima, un error que no debe repetirse). O los desaparecidos fueron una pesadilla, algo demoníaco, etcétera. Como si en esas masacres no hubiera existido una lógica y hasta una burocracia. Con miles de trabajadores conscientes de sus actos y al servicio de unos planes. Por eso sospecho que los genocidios son catástrofes más o menos anunciadas que más tarde se recuerdan como anomalías. Todo sea para que los chicos duerman. Por que los padres duerman, mejor dicho.” (p. 318)

“Aunque sintiera la misma vocación de mis inicios, no tengo idea de qué haría en esta jungla de medios concentrados, grandes corporaciones y fondos de inversión. Cómo me ganaría la vida con la precariedad, los contratos basura, los despidos baratos. Ahora el asunto no es quién te lee, sino quién te financia. Ese es tu público, La gente ya no quiere pagar por la mejor información. Pueden gastar fortunas en esos aparatos donde leen. Pero por lo que están leyendo, ni un centavo. El presupuesto de un periódico no sale de su audiencia. Algún día inventarán los medios de comunicación sin público.” (p. 198)

Desde luego es una novela que merece mucho la pena leer porque, además, está magníficamente escrita y demuestra la gran capacidad creativa y narrativa de Neuman.
Hay otras dos buenas reseña: la de Nadal Suau en elcultural.com y la del blog laslecturasdeguillermo.wordpress.com.


Andrés Neuman, Fractura

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