jueves, 8 de abril de 2021

Por qué y para qué leer

Este es un libro distinto y original porque trata de algo poco habitual en los ensayos: de la lectura y porque, además, lo hace de una forma bastante exhaustiva y desde muy diversos enfoques. Así, asistimos a la idea que tenían los nazis del tema y a la importancia que le daban; a las discusiones de los clásicos griegos entre lectura y oralidad;  a la relevancia que daban a las formas los novelistas franceses del siglo XIX; a las autopublicaciones de literatos rusos en la era estalinista con especial atención a Ajmátova; a la utilización de la primera o la tercera persona según Bourdieu; a la lectura según Karl Karus o a cómo se debe aprender a leer según Paulo Freire, entre otras muchas cosas.

Detrás de todo esto siempre está latente la idea que está en la base del libro que no es otra que leer es importante, que puede ser fructífero, pero que no se trata de hacer cualquier tipo de lectura. Rodríguez termina el libro con este párrafo:

“Todo este libro es el pago de una deuda contraída en aquella primera lectura de La escritura o la vida, porque ahora sé que, aunque la lectura pueda llevar a la locura o pueda ser simplemente inservible o pueda utilizarse como instrumento de distinción social, hay más que suficientes razones para seguir confiando en que la furia de la lectura alumbre el fondo de nuestro corazón y de nuestro entendimiento, para que nos ayude a construir, a escribir, el mundo que deseamos”. (p. 301)

De alguna manera es el resumen y conclusión de su idea de la lectura.

Antes, analizando diferentes formas de lectura que no son necesariamente positivas dice, por ejemplo, refiriéndose a Martin Heidegger:

“¿Cómo podemos seguir sosteniendo que la lectura por sí misma es suficiente para formar espíritus empáticos y críticos cuando el más ilustrado de los espíritus alemanes no era otra cosa que un pensador elitista, reaccionario y mágico seducido por las mitologías del terruño, la estirpe y el líquido vital” ¿Cómo podemos seguir sosteniendo necia e inocentemente que la lectura es el antídoto contra la intransigencia y la cerrazón mental cuando el más preclaro de los filósofos demostraba adhesión  inquebrantable  al ideario esencialista del nazismo?” (p. 49)

No es el único ejemplo que pone, pero creo que basta con él para dejar clara su postura sobre el particular.

Desde otro punto de vista plantea que:

“Lo más fascinante es que ningún ser humano está programado para leer, que no existe ninguna propensión ni marcador genético que nos predisponga a la lectura (…)” (p. 107)

Sin embargo, aunque no exista dicha programación, lo cierto es que la lectura ofrece los suficientes aspectos positivos como para practicarla. Así se puede comprobar en los siguientes fragmentos:

“De hecho, uno de los grandes neurólogos de nuestro tiempo, Antonio Damasio,  explicaba que solamente durante el acto de la lectura –a diferencia del cine, los videojuegos o la televisión- podemos controlar a voluntad los tempos de adquisición del contenido y, sobre todo, encontrar resonancias con las dichas y desdichas de los personajes o con las ideas que se exponen, percibirnos a nosotros mismos como lectores apelados por los argumentos desplegados, reconocernos como subjetividades transformadas por las ideas expuestas”. (p. 116)

Según unas investigaciones hechas sobre la lectura “su práctica dilata la vida de todos, independientemente del nivel de estudios, del género y de otras variables concomitantes”. (p 243)

“Practicar la lectura durante, solamente, seis minutos, sería suficiente para reducir los niveles de estrés en un 60 por ciento al aminorar el nivel de latidos del corazón, al favorecer la relajación muscular y al alterar, definitivamente, el estado mental del lector”. (p. 249)

Con todo esto Rodríguez construye un texto que resulta tremendamente sugerente e instructivo, complejo en varios momentos (de hecho no he entendido todo lo que explica sobre la actuación del cerebro) y lleno de reflexiones que llevan al lector a replantearse algunas formas de su propia forma de leer o, por qué no, a debatir con el autor alno estar de acuerdo en alguna de sus opiniones.

Desde luego es un libro para leer despacio, en muchas sesiones y para retomar alguno de sus capítulos más adelante. Es decir, es un texto vivo, de largo recorrido.

Evidentemente, por lo dicho hasta aquí todo el texto me parece interesante, pero me gustaría destacar algunas cosas que por mi desconocimiento o su especial relevancia me han llamado más la atención. Así: la importancia que daban los nazis a los libros poniendo bibliotecas tanto en los campos de concentración como en el frente (otro tema es el uso que hacían de ello); la discusión entre lectura y oralidad en los clásicos; la polémica de Sartre sobre literatura y acción política; los datos sobre el condicionamiento social de la lectura (un tema que me parece crucial y que debería tenerse muy en cuenta en el sistema educativo); el posible uso de la lectura como elemento de opresión y control social; la existencia de la “creación colaborativa” con un medio como WattPad en el que hay más de 400 millones de textos y, finalmente, aunque ni mucho menos en último lugar, el capítulo dedicado a Paulo Freire autor al que luego retomará porque en él están las claves para una  buena lectura.

En definitiva, un libro muy recomendable y que creo que los que leemos habitualmente agradeceremos por la posibilidad que nos brinda de reflexionar sobre nuestra práctica, sea para ponerla en cuestión o para reafirmarla. Un libro no siempre fácil, pero siempre interesante.

 

Joaquín Rodríguez, La furia y la lectura. Por qué seguir leyendo en el siglo XXI

No hay comentarios:

Publicar un comentario