miércoles, 13 de marzo de 2019

Un planteamiento muy original



“Este libro no es una novela, no es una autoficción (salvo excepciones, una excusa para hablar de uno mismo con tapadera literaria), tampoco es una realidad novelada al estilo de Capote o Mailer. Es una pieza literaria distinta, singular, el relato de una obsesión: la de la autora, una abogada contraria a la pena de muerte, por la historia de un joven asesino pedófilo, Ricky Langley; una obsesión que se convertirá literariamente en fe de vida cuando el caso Langley se cruce en la mente de Alexandria Marzano-Lesnevich con su investigación sobre el asesino y con la historia de su propia familia.”

Así inicia José María Guelbenzu su comentario crítico en elpais.com y lo reproduzco porque me parece una síntesis magnífica y muy acertada de lo que es este libro.
Soy un gran aficionado a los documentales y especialmente a las series hechas con esta técnica sobre todo por los norteamericanos, verdaderos especialistas en el tema. He visto muchas que en su mayoría tratan sobre casos de asesinatos no resueltos, condenados siendo inocentes, víctimas de abusos, etc. Digo esto porque este libro tiene mucho en común con estas series documentales al menos en la parte de indagación sobre el asesino Richky Langley que menciona Guelbenzu.
El libro, en las dos primeras partes de las tres en que está dividido, va desarrollando dos temas alternando los capítulos y los tiempos. En unos la autora va relatando episodios de su vida en una especie de memorias (de hecho este término forma parte de su título en inglés: The Fact of a Body: A Murder & A Memoir) y en los otros se centra en la historia de Ricky desde el asesinato hasta incluso el momento de su nacimiento. Para esto utiliza, como manifiesta en sus “Notas sobre las fuentes”, desde documentos judiciales a artículos de prensa, desde trascripciones hasta reportajes de televisión e incluso una obra de teatro basada en entrevistas. Al final del libro deja constancia del material utilizado en cada capítulo.
Cronológicamente se va pasando de los ochenta a los noventa a los sesenta y al año 2003, según el tema que esté narrando, porque aunque se trate de una investigación rigurosa del asesino y de otra a través de la introspección y los recuerdos de su historia personal, lo cierto es que todo está magníficamente contado, echando mano en muchas ocasiones de elementos creados por la autora para dar mayor fluidez a la narración.
Dice también Guelbenzu en su reseña: “El corazón de este libro se construye como un ejercicio de valentía, ambición y exigencia del todo infrecuente.” Valentía en muchos aspectos, pero sobre todo por lo que llega a contar de su historia familiar y de los abusos que padeció por parte de su abuelo materno; ambición porque hay que tenerla para enfrentarse a un tema tan difícil y delicado; exigencia porque quiere documentar todo lo que sea posible y no dejar nada que sea relevante a su propia inventiva.
En el libro hay multitud de personajes reales, a veces con su nombre cambiado, muy interesantes y con vidas complicadas, pero a mí en particular hay uno que me ha llamado poderosamente la atención a pesar de que ocupa muy poco espacio, me refiero al juez Gray que dirige el juicio de 2003,  que era  uno de los pocos jueces negros que había en Luisiana, y que resulta un personaje muy peculiar en lo bueno y en lo menos bueno.
Un libro muy recomendable. Para mí ha sido totalmente adictivo; me costaba despegarme influido también porque, dada la cantidad de personas y los diferentes momentos en los que se desarrolla, tenía miedo de perderme a pesar de que la autora es consciente de la posible dificultad y deja suficiente información para evitar ese problema.
Un comentario de otro orden sobre la edición en castellano. En el apartado de las Fuentes consultadas que está al final del libro, al referirse a las del capítulo treinta y ocho, se hace mención a unas fotografías que no aparecen. Buscando otras informaciones en internet las he encontrado y son muy interesantes, por lo que es una pena que no se hayan incluido en esta edición.


Alexandria Marzano-Lesnevich, Nada más real que un cuerpo. Traducción Flora Casas.



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